Las leyendas se utilizaban para educar a los niños
Todavía con un poco de temor, Segundo Sucuy, oriundo de la parroquia Cacha, del cantón Riobamba, comenta las historias que solían contarles sus padres y abuelos para que no saliera por las noches a los campos que rodeaban la casa.
Él recuerda que cuando tenía 8 años, su abuelo José, de edad avanzada, solía sentarse sobre el piso de tabla de su vivienda y les contaba a sus nietos sobre un animal que rondaba sus tierras. Le denominaron el “Antun Aya” o “Garganta huequeada”.
A este “ser”, que se asemejaba a un perro grande con un hueco en su garganta por el cual se le iba todo lo que ingería, no le gustaban los niños, en especial si estos lloraban. En una ocasión intentó arrebatar un bebé de los brazos de su madre, por lo que la joven salió corriendo de su vivienda y trepó un árbol.
“Nos contaban que ella se quedó toda la noche allí, esperando a que este animal se fuera. Al día siguiente bajó y le contó a su esposo todo lo que había pasado, nunca lo encontraron y muchos dicen que se oculta en una cueva que todavía existe”, indica Sucuy.
La leyenda, que aún se desconoce de dónde surgió, fue una de las más populares en la parroquia Cacha y sus alrededores. De hecho, en la actualidad, las madres continúan utilizándola cuando sus hijos no obedecen.
“Es común que una madre diga, cuando un niño está llorando o se pone revoltoso, ‘¡el Antun Aya te lleva!’, o ‘¡no vayas para allá, ahí está el Antun Aya!’”.
Y los pequeños inmediatamente se tranquilizan, refiere María Gualpa, habitante de la comunidad Cauñag.
Los familiares y amigos relataban esto como parte de las historias, mitos y leyendas propias del pueblo Puruhá y que por generaciones se han mantenido vivas entre sus habitantes.
“Esto también forma parte de nuestra cultura porque lo transmitimos, no lo dejamos como algo trivial. La leyenda del ‘Antun Aya’ es de nuestra parroquia y utilizamos la cueva como un atractivo turístico”, acota Sucuy.
Esta historia fue parte del vivir diario de jóvenes de entre 8 y 15 años de edad que ahora ven aquella amenaza como algo que les educó y les mantuvo a salvo de varios peligros.
“Mis amigos y yo salíamos a jugar fútbol, pero cuando ya se hacía tarde regresábamos pronto por temor a toparnos con el ‘Antun Aya’, y después de todo este logró su cometido de tenernos temprano en casa”, señala Mario Mendoza, habitante de Cacha.
Estos mitos, pero con un tono diferente y enfocados en adultos, se repiten en otros cantones de Chimborazo. Por ejemplo, alrededor de la Laguna de Colta hay siete leyendas.
Una de ellas habla de una mujer de blanco con una esbelta figura que deambula por las orillas de la laguna y que se le aparece solo a aquellos “hombres coquetos y pasados de copas”.
“Siempre les decimos a nuestros jóvenes que no se acerquen por esos lugares, en especial por la noche, pues la dama puede llevarles hasta el fondo del agua y no podrán salir jamás”, manifiesta Laura Piltauña, habitante de la parroquia Santiago de Quito.
Mientras que en el cantón Penipe la leyenda de un hombre pequeño que suele golpear a quienes están borrachos se hizo conocida e incluso algunos decían haberlo visto.
“Hace mucho tiempo al ingreso a Penipe había una quebrada y los que habían tomado mucho asomaban con un ojo morado o raspados el rostro; decían que un duende los había agarrado. Después muchos temían tomar en exceso o pasar por ese sitio; fue muy conocida esa leyenda; hasta hoy la cuentan”, cuenta Demetria Velasteguí, alcaldesa del cantón Penipe.
Estos cuentos que han permanecido en la mente de quienes los escucharon forman parte del atractivo turístico de cada cantón debido a que sus habitantes los relatan mientras turistas nacionales y extranjeros llegan a sus tierras.
“Es la esencia del turismo comunitario; muchas veces se relatan estas leyendas alrededor de una fogata, cuando la noche nos cobija y salen a relucir los temores; no se han perdido, siguen vigentes en nuestras comunidades y se las cuenta para que nunca se pierdan”, acota Sucuy. (F)