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El Telégrafo
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La modernidad cambió el rol del papá ecuatoriano

Diego García prepara la comida y almuerza con sus tres hijos. La mayor, Michelle, tiene 24 años, mientras que su último hijo, Julián, cumplió 5.
Diego García prepara la comida y almuerza con sus tres hijos. La mayor, Michelle, tiene 24 años, mientras que su último hijo, Julián, cumplió 5.
Fotos: Álvaro Pérez / El Telégrafo
18 de junio de 2017 - 00:00 - Amanda Granda

La primera vez que se enteró de que sería papá tenía 18 años y cursaba el último año de la secundaria. La noticia lo tomó por sorpresa. Aunque sintió incertidumbre, la emoción que le producía la llegada de su descendencia fue más fuerte.

Aprendió a cambiar pañales, hacer biberones, cantar canciones infantiles y ensayar “fallidamente” varios peinados para su hija Michelle que el último  lunes cumplió 24 años.

Es Diego García, quien confiesa que las diademas se convirtieron en sus mejores aliadas para “librarse” de peinar el largo cabello de su pequeña. Él y su esposa, Ruth Portero, combinaron sus actividades estudiantiles y laborales con el oficio de ser papá y mamá.

Cuando Michelle cumplió 2 años nació su segunda hija, Karen. Para ese entonces, García ya era un experto en las actividades que implicaban cuidar a una bebé.

Sus niñas crecieron y cuando ambas terminaron la secundaria, la noticia de un bebé en camino lo tomó por sorpresa por segunda vez.

“No planeamos tener un tercer hijo, pero sucedió. Ya no existía el miedo propio de la adolescencia. Esta vez ya no planeamos cómo informar a nuestros padres, sino a nuestras hijas”, sonríe con su revelación.

El 4 de agosto de 2011 nació Diego Julián. El papá de 42 años indica que su llegada fue como retroceder en el tiempo. Las actividades que una vez dominó ya no le resultaron tan fáciles.

Una de ellas fue bañar al recién nacido. Los esposos recurrieron a la ayuda de sus mamás. Fabiola Oña, madre de García, volvió a enseñar a su hijo los trucos para asear a un bebé.

Son las 13:45 del miércoles, el claxon de una buseta escolar alerta a García la llegada de July, como llama a su hijo.

El niño de 5 años baja del transporte con la ayuda de su papá, le entrega su mochila con ruedas y toma su mano para caminar hasta la casa.

“¿Cómo te fue?”, pregunta García. El menor no es muy expresivo. “Se parece a su hermana Karen”, dice el progenitor.

Mientras coloca la mesa para servir el almuerzo que preparó, Julián se cambia de ropa con la ayuda de sus hermanas.

García es auditor de profesión. Se graduó como doctor en  Contabilidad en la Universidad Central. Sin embargo, desde mayo de 2016 no tiene empleo.

Para ayudar con los ingresos de su hogar se desempeña como auditor independiente, pero es eventual.

El desempleo le ha permitido compartir más tiempo con su hijo. De lunes a viernes, su despertador suena a las 05:30. A esa hora va a la habitación de su pequeño y lo despierta; le prepara el desayuno y lo ayuda a ponerse su uniforme escolar.

A las 06:00, el expreso pasa por el pequeño. Durante las mañanas el papá se dedica a visitar a sus potenciales clientes ofreciendo sus servicios profesionales. Regresa a tiempo para preparar el almuerzo y recibir a su hijo cuando vuelve de la escuela.

Su esposa es empleada privada. Sale en la mañana y regresa en la noche.

¿Viejos para ser padres?

Luis Erazo tiene 40 años y su hijo, Joaquín, 2. Siempre quiso ser padre, pero su esposa no lograba concebir. Mientras pasea con su pequeño por un parque indica que la energía que tienen los niños es única. Se cansa pronto, pero para mejorar su estado físico trota por las mañanas.

Un estudio realizado por la Universidad de Barcelona determinó que, por lo general, un padre de 25 años lleva mejor el cansancio físico y las exigencias de un niño pequeño que uno de 40 años o más edad.

Otro de los inconvenientes que tienen los hombres que son padres después de los 35 años es la brecha generacional entre ellos y sus hijos, porque existiría una desconexión en cuanto a épocas y mayor dificultad para que estos logren entender el mundo de sus vástagos, sobre todo en la adolescencia.

García asegura que no importan las generaciones, sino la forma en la que un hijo es criado. La primera vez que él y su esposa fueron a una reunión en la escuela de Julián notaron que, en su mayoría, los otros progenitores eran más jóvenes que ellos. Bordeaban los 30 años.

Al ser consultado sobre cuáles son las diferencias de ser padre joven o no, el psicólogo Augusto Martínez aclaró que la paternidad depende de cada individuo. “Ser papá, al igual que ser mamá, tiene que ver con el deseo y está articulado al anhelo y a la posibilidad de cada uno. Entonces, si alguien desea acceder a ser padre de manera más tardía quizá sea porque logró desarrollarse en otros aspectos”, dice el psicólogo.

Otra cualidad que se relaciona con la paternidad tardía es la paciencia. Para el especialista, “en muchas ocasiones lo que se evidencia en las personas que postergan su paternidad es que tienen una disposición plena, a diferencia de los que fueron más jóvenes”.

Michelle concuerda con eso. Asegura que cuando estaba en la escuela, su papá le subrayaba con pluma roja sus errores ortográficos y le arrancaba las hojas de los cuadernos cuando no hacía bien una tarea.

“Mi hermano ya mismo termina el primer año de primaria, y hasta ahora no le arranca una hoja. No me parece justo”, bromea la hija mayor de García.

Datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) indican que en el país habitan 5’481.946 padres de familia que viven con sus hijos.

De esta cifra, el 22,58% corresponde a hombres de entre 25 y 34 años, el 32,84% son padres que tienen entre 35 y 44 años;_los progenitores entre los 45 y los 64 años representan el 33,93% de esa población, mientras que el 3,78%  está entre los 12 y 24 años.

Además, el 61% de los padres ecuatorianos está casado y el 34,46% vive en unión libre.

Los riesgos aumentan después de los 40

La paternidad después de los 40 años triplica el riesgo de esquizofrenia y quintuplica el riesgo de autismo en los hijos, revelan estudios realizados en Reino Unido y Estados Unidos.

Otra investigación publicada en 2014 confirma la correlación directa entre la edad del padre y la cantidad de pequeñas mutaciones en el ADN de los hijos.

A los 20 años, un progenitor varón transmite a su hijo cerca  de 20 de esas mutaciones, mientras que a los 40 la cifra aumenta hasta a 65.

Si bien los científicos aún no tienen claras las consecuencias de tales mutaciones, el director del estudio, Alexey Kondrashov, de la Universidad de Michigan, advierte que si en futuros trabajos encuentran efectos negativos de tales alteraciones, quizás se comience a recomendar la congelación de semen a una determinada edad, como lo hacen muchas mujeres con sus óvulos.

Los problemas para concebir también aumentan, debido a que a partir de los 35 años, la disminución de la calidad del semen hace que la fertilidad masculina disminuya 23% cada año.

Incluso antes de los 30, el semen ya pierde calidad. Uno de cada 4 jóvenes de 22 años tiene espermatozoides con una mortalidad inferior a la normal, según científicos de la Universidad de California.

Pero no todas las consecuencias son negativas, el genetista Guillermo Ruiz sostiene que los hijos concebidos por padres de más edad tienen una expectativa de vida mayor porque, con los años, se alargan los telómeros, unas estructuras protectoras del material genético que están en los extremos de los cromosomas.

Como los telómeros son claves para el envejecimiento, ser concebido con células de telómeros más largos aumenta la esperanza de vida.

Las nuevas masculinidades de los padres jóvenes

Javier Estrada tiene 44 años. Desde que su hijo Nicolás tuvo 5 años, él le ha enseñado a entonar la guitarra y otros instrumentos. A Luna, de 7 años, le gusta el canto. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo

Javier Estrada tiene 44 años y es papá de Nicolás de 11 y Luna de 7. El músico y diseñador recuerda que cuando era niño veía a su padre por las mañanas antes de ir a su escuela y en las noches antes de dormir.

En ese tiempo la relación padre e hijo era vertical y autoritaria. “Mi papá no conocía cuál era mi banda favorita o mi color preferido”. Estrada quiso cambiar esa realidad con sus hijos. Después de salir —obligadamente— de su trabajo, decidió explotar su lado artístico. Junto a su esposa montó un centro de educación de música, canto y artes plásticas en el Valle de los Chillos.

Nicolás, con la ayuda de su papá, formó una banda de rock  en su colegio. Estrada le enseñó  a entonar la guitarra, el bajo y el piano. El músico prepara el almuerzo para sus hijos y bromea: “No hago sopa. Eso es lo que más valoran ellos”.

A diferencia de García, Estrada indica que, por lo general, no ayuda a sus hijos con su tarea. Argumenta que si los docentes envían un refuerzo a la casa es porque están seguros de que los niños pueden realizarlo.

Después de almorzar, el músico transporta a sus pequeños hasta el centro cultural. Ahí ensaya música con Nico, mientras Luna asiste a sus clases de canto.

El último miércoles, Estrada y Nico, quien al igual que su padre lleva el cabello largo, entonaron juntos algunos acordes.

La banda preferida del menor  es Iron Maiden, por eso tiene una camiseta con el logotipo del grupo. Aunque gusta mucho de la música, también es bueno con el dibujo y la escultura.

Estrada asegura mostrarse frágil frente a sus descendientes. Cada vez que saluda con ellos les da besos y abrazos. Nico no distingue entre qué actividades son únicas de las mujeres y cuáles de los hombres porque en su casa su papá es quien cocina o realiza labores domésticas, al igual que su mamá.

El psicólogo Martínez indica que el modelo de padre proveedor y la madre cuidadora está en declive, pero sigue vigente.

La pelea por la tenencia de su hija tuvo éxito

Édison Pereira, de 34 años, ganó la tenencia de su hija Luna y construyó su propia empresa para trabajar en diseño desde su casa. Así organiza el tiempo con su pequeña. Foto: Mario Egas / El Telégrafo

Luna, su hija, es el centro de su vida. Por compartir con ella la mayor cantidad de tiempo, Édison Pereira decidió montar su propia agencia de diseño digital en su apartamento en el tercer piso de un conjunto residencial del norte de Quito y renunciar a un trabajo que le demandaba labores hasta la madrugada.

“Sentía que perdía a mi familia y eso no lo podía permitir”.

Sin embargo, esa decisión también provocó la separación de su pareja; y aunque inicialmente acordaron visitas semanales, en la práctica la situación se dificultó al extremo, que tuvo que acudir a varios centros infantiles en el norte de la urbe hasta dar con su hija, a la que solo veía minutos antes de que ella suba al transporte escolar.

Desde ahí inició una demanda por la tenencia de la menor, que hoy tiene 5 años. Gracias a las pruebas presentadas logró que la justicia le otorgara la tenencia total porque ella manifestó su deseo de estar con él.

“Al principio todo fue complicado de llevar en casa, por lo que eso implicaba, más mi trabajo y mi hija, pero poco a poco logré organizarme”.

Es consentidor al máximo. Aprendió a cepillar y cuidar el cabello de su hija. Todos los  días religiosamente se levanta a las 03:00 para terminar sus pendientes; y desde las 06:00 la atención total es para Luna, a quien tras servirle el desayuno la deja en el transporte escolar.

En la mañana ordena la casa, pasea a su mascota Jazz, cocina y continúa con sus proyectos. A partir de las 14:00 el movimiento invade nuevamente su hogar porque Luna está de vuelta.

La ayuda con las tareas en un cuarto donde todo está impregnado de diseños infantiles, desde su nombre en la puerta hasta el cohete con el que viajarán precisamente al satélite natural que lleva su nombre.

Luna tiene poco contacto con su madre porque ella no ocupa con regularidad los días de visita asignados. Eso provoca cierta confusión en la niña, a quien si le piden dibujar a su madre plasma a su padre y si le preguntan sobre ser madre ella dice que será padre.

“Hay ciertas cosas que hay que aclarar en mi hija, para eso estamos con ayuda psicológica”. (I)

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