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Historias de hombres 'bien padres'

Édgar Villacís alista a su hijo para llevarlo a la guardería.
Édgar Villacís alista a su hijo para llevarlo a la guardería.
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Este domingo se celebra el Día Internacional del Padre; por ello, le contamos dos testimonios de progenitores que llevan su rol más allá y que entregan su cariño a sus hijos y a su hogar.

Álvaro Quiroz se dedica a la música por el futuro de sus tres hijos

Los ojos de Doménica se llenan de lágrimas cuando habla de su padre, Álvaro Quiroz.

Se dibuja un nudo en su garganta que apenas le permite esbozar algunas palabras. Con mucho esfuerzo se escucha una frase entrecortada: "lo quiero mucho".

Pero sus dos hermanos mayores, Vanessa y Eduardo, no dudan en hablar de su 'papi'. Henchidos de orgullo, platican lo maravilloso que es su ídolo, su maestro y el "amigo infatigable" de toda su vida.

Ellos siempre se alegran cuando llega a la casa, suena su música y conversa con ellos. "Lo que admiro de mi papá es su fortaleza. A pesar de su discapacidad es un hombre admirable", expresa Vanessa, quien cuenta que muchas veces sus amigos se le acercan curiosos para preguntarle qué le pasó a su papá.

Álvaro tiene 61 años y sufre discapacidad visual. Cumplió los seis meses de nacido, cuando un lagrimeo en los ojos fue tratado por un curandero. Los productos que le untaron en las pupilas causaron un daño severo y permanente en la visión.

Pero esa no fue razón suficiente para que Álvaro se dejara vencer de los obstáculos que se le presentaron en la vida.

A pesar de que sintió que muchas personas lo excluyeron en su infancia y adolescencia, se abrió paso en la música, desarrollando una gran habilidad. Su visión la plasma en las yemas de los dedos que se mueven ágiles cuando tocan las teclas de un acordeón, un órgano o un piano.

El hombre es oriundo de Tulcán (Carchi). A los 8 años se inscribió en la Escuela Santa Mariana de Jesús, en donde vivió su época de la primaria. En ese período aprendió el sistema braille. Al terminar la escuela se inscribió en el Colegio La Salle, de esa ciudad.

Luego de egresar de bachiller, se trasladó a Quito para seguir los estudios superiores, pero los interrumpió luego de que falleciera su madre, María Luisa Quiroz.

Su padre es Gonzalo Araujo, pero no lleva su apellido porque no fue reconocido. Ese hecho no dejó rencores en Álvaro. Al contrario, el cariño que le faltó lo sembró en sus seres queridos y ahora lo cosecha en sus tres hijos que crió junto con su esposa, Rocío Gálvez, quien lo conoció cuando llegó a la capital. Antes de contraer matrimonio tuvieron un noviazgo de 3 años.

"Mi esposa me apoyó cuando llegué a la ciudad. Me ayudó a caminar por las calles, a cruzar entre los carros. Es mi fuerza".

No solo en su hogar lo admiran por su capacidad de moverse entre los muebles y enseres de la casa, sin tropezar o caer. Los vecinos del barrio cuentan cómo Álvaro camina sin ningún problema los trece escalones que lo llevan a su domicilio, ubicado en el segundo piso de una vivienda en pleno centro de Quito.

Sube una ligera cuesta de la calle Cuenca (entre la Esmeraldas y Galápagos) hasta abrir el portón que lo lleva al domicilio.

Para él es cuestión de contar los pasos, palmar las paredes y escuchar las voces de sus hijos que se alegran cuando llega.

"Tengo buen sentido de orientación. Para conocer un lugar, solo deben decirme el nombre de las calles y llego hasta el punto que yo quiera", cuenta con vehemencia este hombre de mediana estatura, tez morena, manos venosas y pelo cano.

La misma rutina la cumple cuando tiene que llegar al colegio Ecuatoriano Suizo (norte de Quito), en donde es profesor de música desde hace 10 años.

"La habilidad de la música nació de sentirme un poco aislado. Ahora comparto mis conocimientos con los estudiantes", cuenta emocionado Álvaro, quien se considera amante de la música clásica y de las baladas, especialmente las de José Luis Perales.

"A pesar de su discapacidad, mi papá siempre nos saca adelante", comenta enfático Eduardo, quien recuerda una anécdota poco antes de que entrara a estudiar Ingeniería Ambiental en la Universidad Tecnológica Equinoccial (UTE).

"Tenía un poco de miedo, pero mi papá me dio confianza. Me dijo que siga adelante,  porque la educación es el mejor regalo que pueden dejarnos los padres". 

Édgar, un 'ama de casa' que juega al Hombre Araña y al Capitán América 

La gente dice que los hombres cocinan mejor que las mujeres. Y esa es una regla que se aplica muy bien en Édgar Villacís.

Y es que a este caballero, de 33 años, no solo le sorprendió la paternidad cuando nació su hijo Edder, sino que además asumió el rol de 'jefe del hogar' en el sentido literal de la palabra.

Su esposa, Eliana Luques (27 años), tuvo un embarazo de alto riesgo a causa de una hidronefrosis en el riñón derecho (exceso de líquido debido a la acumulación de orina). Su etapa de gestación tuvo que cumplirla en absoluto reposo, bajo una dieta rigurosa.

Su compañero prometió que la cuidaría. Se ajustó el cinturón, se colocó el delantal y cumplió su palabra.

Su primer reto: la cocina. Aunque en un principio no sabía "ni freír un huevo", ahora prepara deliciosos platillos, desde porciones simples como canguil, papas fritas hasta caldo de pollo, estofado de carne y su especialidad: sopa de queso.

"Yo pasaba el día recostada por recomendación del doctor. Mi esposo, desde la cocina, ponía a hervir el agua y me preguntaba qué más hacer. Me cuidó muy bien. Ahora cocina delicioso; tiene una gran sazón", comenta orgullosa Eliana.

Los quehaceres del hogar ya no son un reto para Édgar. El compromiso con su familia le permitió dejar de lado mentalidades machistas y combina sus ocupaciones como propietario de una empresa de servicio de transporte VIP con atender a su primogénito de cuatro años, mientras su esposa sale a trabajar.

Eliana es modelo en varias agencias. Su ocupación la obliga muchas veces a viajar fuera de la ciudad, especialmente los fines de semana. Pero eso no fue algo que asustó al esposo. Édgar cuenta que tal fue el apoyo para su cónyuge, que incluso a los ocho días de que Eliana diera a luz, su esposa regresó a la pasarela. Él, tras bastidores, cargaba a su pequeño, mientras la observaba desfilar.

Atender a Edder fue otro reto que lo superó sin ningún problema. Este padre despacha a sus clientes en la mañana, pero se da tiempo de vestir y alimentar a su hijo; a las 13:00, lo deja en el jardín y lo retira a las 17:30.

Édgar, de ánimo inquieto y muy minucioso en la crianza del niño, contó que una ocasión, la madre se encontraba en un evento que duró una semana. En ese lapso se dedicó a controlar los tiempos en que su hijo comía y orinaba, y así le enseñó a dejar el pañal. "Fue emocionante porque participo en su desarrollo. Es lindo verlo crecer", comenta.

Édgar tampoco deja de presumir su energía, puesto que detrás de sus labores aún le quedan ánimos para jugar con su pequeño. Cuando tienen tiempo libre se reúnen en la sala, en el patio o en el dormitorio para jugar al Spider Man o al Capitán América. Si quieren estar tranquilos, cogen el teléfono celular y navegan por la red.

"Ser padre fue lo más maravilloso que me pudo pasar. Aprendí que las labores que cumple una madre son muy fuertes y me da gusto apoyarla en ese rol". (I) 

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