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Ciudadanía

Los eternos madrugadores vencen la pereza y salen a las calles

Los eternos madrugadores vencen la pereza y salen a las calles
Foto: Daniel Molineros / El Telégrafo
13 de julio de 2016 - 00:00 - Verónica Endara

En la madrugada, Quito luce desolado, silencioso y sombrío. La luminosidad amarilla de los postes de luz se mezcla con las luces intermitentes de algunos patrulleros que circulan por las calles de la urbe. Hace frío y el viento helado penetra la piel. A esa hora la mayoría duerme, pero otros corren, montan bicicleta y caminan.

En el parque La Carolina, norte de Quito, la pista atlética permanece totalmente iluminada. Gente con atuendos deportivos ligeros, algunos con shorts, se reúne junto a la pista.

Nadie se queja del frío y a medida que trotan se despojan de las chompas y los sacos. “Los que hacemos deporte en la mañana permanecemos muy activos durante el día, y en la noche todavía tenemos energía”, comenta Franklin Tenorio, entrenador de Cero Límites, un grupo de profesionales que se organizó para ejercitarse de 05:00 a 07:00.

Quienes recorren la ciudad a esa hora saben que es difícil adaptarse a los horarios y al clima. Para Tenorio, todo depende de la fuerza de voluntad de cada persona. Según Tenorio lo mejor es ejercitarse en la mañana porque en la tarde y noche el cuerpo está más pesado por todo lo que se ha ingerido en el día y más cansado por la rutina diaria.

Junto con ellos, varias personas trotan por su cuenta. Este es el caso de Luis Herrera, de 31 años, quien pese a que vive en el sur de la ciudad, entrena en la pista de 05:00 a 06:30. Prefiere concurrir a La Carolina porque considera que es un entorno seguro para practicar.

Asiste a este lugar desde hace 3 semanas junto con 7 compañeros de trabajo. Dice que al principio le fue difícil madrugar, pero poco a poco se ha acostumbrado. Asegura que ya siente los cambios en su cuerpo.  

Mientras unos se ejercitan, otros venden diferentes productos. Víctor Hugo Vivanco, de 58 años, tiene un puesto de jugos  desde 1992 junto a la Cruz del Papa. Desde entonces, todos los días se levanta a las 03:00 porque tiene que trasladarse desde Tumbaco hasta La Carolina.

Vivanco dice que llueva o truene tiene que abrir su negocio a partir de las 05:00 hasta las 11:00. Los fines de semana y feriados hasta las 14:00.

A esa hora, algunos perros callejeros aún están somnolientos. Levantan su cabeza si escuchan algún ruido, observan a su alrededor y nuevamente meten su hocico entre sus patas recogidas, como protegiéndose del frío. Sin interrumpir su sueño, Julio César Chulde (72 años) ubica su carrito de venta de choclos cocinados a la entrada del parque; hace 17 años empezó este negocio. “No voy a esperar que me caliente el sol, uno madruga para ganarle al tiempo, además el tráfico es tremendo más tarde”.

Con el tiempo, Vivanco y Chulde han aprendido a dominar el agreste clima de la madrugada; se han acostumbrado al viento helado de la ciudad.

Aunque el estacionamiento del parque se llena completamente a esas horas, las avenidas de la ciudad aún lucen vacías. Algunos taxis circulan sin respetar las señales de tránsito, otros lo hacen lentamente en busca de algún cliente.

El cielo sigue oscuro y ya se escuchan los sonidos de los primeros buses. Los recorridos empiezan desde muy temprano  aunque con la mayoría de asientos vacíos. Robert Molina, de 38 años, maneja un micro desde hace 18 años. Como su ruta comienza a las 05:30, se levanta una hora antes.

En las calles también están los barrenderos que  inician sus actividades a las 06:00. Antes de trabajar, Ángel Topanta, de 57 años, toma siempre una “agüita de viejas”.

Se dedica a este oficio desde hace 17 años. Vive en el sector Rumiñahui, al norte de la ciudad, una zona que al estar alejada de La Carolina lo obliga a salir a partir de la 05:00. Dice que la ciudad es tranquila en la madrugada, pero cuando amanece los primeros conductores que circulan en las calles manejan a toda velocidad.

A medida que las horas transcurren, la mayoría de calles están llenas de autos. (I)

Cientos de citadinos se despiertan en la madrugada, vencen el sueño y el frío y salen a los parques a entrenar. Otros empiezan a trabajar en sus negocios. Foto: Daniel Molineros / El Telégrafo

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