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La preparación de la fanesca, una terapia emocional para los 'abuelitos del pueblo'

La cocción de granos, hortalizas y tubérculos se realiza de forma separada para evitar la pulverización de algunos ingredientes.
La cocción de granos, hortalizas y tubérculos se realiza de forma separada para evitar la pulverización de algunos ingredientes.
Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
24 de marzo de 2016 - 00:00 - Carlos Novoa

Son las 05:00. La niebla ha caído y un gélido viento recorre los extensos y reverdecientes cultivos, establos y viviendas de  un pequeño y tradicional pueblo de la serranía ecuatoriana.

Como en la mayoría de localidades rurales del país, a esa hora gran parte de la población está en pie, ya sea porque sale a sus labores agrícolas (a realizar los primeros ordeños o a transportar  frutas, hortalizas y verduras) o rumbo a ferias de alimentos de la región. Entre ellos se encuentra un grupo de 35 adultos mayores, quienes se disponen a realizar una actividad totalmente diferente a la habitual.

Pese a las limitaciones físicas de su edad y a las bajas temperaturas, entre 5 y 8 grados centígrados, después de abrigarse con prendas térmicas, los adultos mayores salen de sus hogares y se encuentran en la plaza principal. Esta escena poco tradicional y caracterizada por una puntualidad envidiada por los más jóvenes, tiene lugar en Bolívar, parroquia rural del cantón Pelileo, ubicado a veinte minutos de Ambato.

La reunión de exagricultores, ganaderos y avicultores se realiza con el fin de iniciar una de las actividades más importantes, solidarias, alegres y laboriosas del año: la preparación de la fanesca de Semana Santa.

Desde hace más de un lustro, la elaboración de este plato típico ha servido como terapia afectiva, de integración y sicológica de estos bolivarenses mayores de 65 años y agremiados en la asociación Corazones Fuertes y Traviesos.  

Por medio de esta alianza, la  nutrida agrupación de personas viene realizando diversas acciones con las que aportan al desarrollo de su parroquia y cultivan  amistad, compañerismo y solidaridad entre sus semejantes.

Uno de los ingredientes de la fanesca es el zapallo de gran tamaño que se siembra en Bolívar. Su cultivo se facilita en climas fríos (entre 10 y 15 grados) como el de la parte alta del cantón Pelileo. Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo

Una devoción especial

Tras 10 minutos de ejercitar sus piernas, brazos y espaldas, los ‘abuelitos del pueblo’, como los llaman los más jóvenes, entran en calor y logran momentáneamente ahuyentar el frío.

Al instante, una de las mujeres más activas del grupo, Fanny Viteri, de 68 años, dirige a sus compañeros en una breve pero significativa oración. “La creencia en Dios es muy importante para nosotros. Es la fuerza que nos mantiene activos, en pie y con salud, por ello queremos rendir tributo al Creador y a la vez agradecer a la naturaleza por su generosidad en nuestros campos”, afirma doña Fanny, después del rezo y de persignarse.

Con una agilidad asombrosa, Jorge Cárdenas, representante  del gremio pasa lista a los presentes y saca del bolsillo de su gruesa y abrigada chaqueta un papel en el que consta el distributivo de tareas. “Esta tradición, muy nuestra, conmemora la llegada de una celebración muy significativa para los cristianos: la Semana Santa.

Asimismo, esta actividad se ha convertido en una terapia para fortalecer la amistad de los habitantes más antiguos de Bolívar y el intercambio de experiencias”, recuerda Cárdenas.

Esta agrupación es considerada un ejemplo para los 2.460 habitantes de la parroquia, compuesta por las comunidades Quitocucho y Huambalito. Allí al menos el 50% de los moradores se dedica a la agricultura, un 20% a la ganadería, otro 20% a la avicultura y el restante 10% a la fabricación de pantalones, camisas, chaquetas, camisetas, pantalonetas y otras prendas de vestir  jean.

El pueblo se ubica sobre los 2.825 metros de altura, lo que facilita el cultivo de tubérculos de climas fríos, como papa, zanahoria, oca, entre otros.

Cosecha de granos

Como en años anteriores, los 35 adultos mayores han sido divididos en 4 grupos, 3 de 10 personas y 1 de 5, lo cuales cumplirán diferentes trabajos.
El primero está a cargo de la cosecha de varios granos y legumbres andinas, que son ingredientes básicos de la fanesca, entre ellos maíz, haba, arveja, zapallo, sambo y chocho.

El segundo se encargará del lavado, pelado, tostado y demás procesos previos a la cocción de los vegetales. Otros 10 traerán las mesas, sillas, platos y demás implementos que intervienen en la ingesta del nutritivo plato, y el último grupo, tiene a cargo la cocción de los alimentos.

La quinua, el melloco, la col, el fréjol y otros productos agrícolas han sido sembrados en las huertas de los mismos ancianos, 4, 7 y 9 meses  antes, a fin de recogerlos el mismo día.

“La cosecha es todo un ritual. Un grupo de vecinos recoge las hortalizas y demás vegetales, por turnos. Mientras que otros escogen las mejores mazorcas de las cuales saldrán los granos tiernos que ‘endulzarán’ la fanesca”, afirma Francisco, bolivarense de 69 años que participa con su esposa en la actividad. El punto de acopio es el salón parroquial del Adulto Mayor, auditorio de uso múltiple que funciona en la parte baja del edificio del Gobierno Parroquial, desde hace 6 años.

“Previamente, allí se ha colocado una enorme cocina industrial en la que se cocerán los ingredientes. Además, en el lugar se lavará, pelará y desgranará las mazorcas y el maní, a más de preparar el pescado salado”, asegura Wilmer Cárdenas, presidente de la Junta Parroquial.

Él y otras autoridades, pese a no participar en estas acciones, brindan todo su apoyo y supervisan cada tarea para asegurarse de que exista orden y seguridad.

Es el caso de Alba Pallo, teniente político de Bolívar, quien visita periódicamente la sede de la asociación para conocer las necesidades de los ancianos. “Entre las virtudes de las personas de la tercera edad están la disciplina, la unión y el compromiso. Cuando organizan una tarea, salvo que se enferme uno de ellos, la cumplen tal y como se planificó. Nuestra presencia es para conocer si en sus programas necesitarán movilizarse o transportar materiales pesados”, asegura Pallo.

Tras una hora de cosecha, el primer grupo lleva las legumbres al salón, donde los esperan su compañeros que lavarán, tostarán y prepararán los granos. Una de las ‘bondades de la tierra’ con las que regresan los madrugadores es el zapallo.

Esta enorme hortaliza de color amarillo y forma redonda evidencia la calidad del suelo, el riego, abonado y podado, que los comuneros realizan a diario. “Para que la calabaza andina  florezca la tierra debe ser negra. Esta coloración demuestra la cantidad de sales y minerales del suelo, lo que debe ir acompañado de un riego con líquido  no potabilizado, o agua de lluvia, para que la planta dé su fruto al cabo de siete meses”, explicó Elías Suasnavas, anciano del sector.

Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo

Anécdotas del pasado

Elías pertenece al segundo grupo, compuesto por personas de mayor edad, que se encargan de desgranar, pelar y lavar las hortalizas.

Mientras el primer ‘pelotón’, como les gusta llamarse, se toma un merecido descanso, la risa de Elías hace eco en todas las habitaciones del edificio de la junta parroquial. “Para ellos esta actividad constituye una terapia frente a las dificultades y los trastornos emocionales de las personas de la tercera edad, como depresión senil, amnesia, soledad, depresión y abandono de los familiares”, destaca Jorge Cárdenas.

Con una rapidez sorprendente, las manos de los ancianos deshojan el maíz y lo desgranan mientras comparten anécdotas de sus ‘años mozos’.
“Durante el desgrane no es raro escuchar crónicas tan impresionantes, diversas como jocosas de sus vidas: desde participaciones en conflictos limítrofes internacionales, nacimientos de hijos, conquista de parejas y experiencias con la muerte”, destaca Vito López, nieto de uno de los ancianos.

Otra de las labores a cargo de este grupo es lavar los productos antes de introducirlos en gigantes ollas por más de 2 horas. Mientras recogen el agua en baldes y grandes recipientes, se observa solidaridad y cooperación mutua.

Las mazorcas y vainas son introducidas en las tinajas y se dejan reposar por media hora, a fin de desechar las impureza. “Este proceso lo hemos practicado y aprendido de nuestros padres y abuelos. Ellos reunían a toda la familia a fin de compartir un agradable momento durante la elaboración de la fanesca, y otras especialidades culinarias andinas, como humas, colada de haba, tortillas de camote...”, manifiesta Benito, integrante de este grupo.

Este adulto mayor, oriundo de la comunidad Quitocucho, asegura además que ellos se consideran una verdadera familia que comparte no solo los buenos momentos de la vida sino también los malos, por eso se hacen presentes durante enfermedades, muerte de seres queridos y otras situaciones.

Preparación de la mesa

Una vez entregados los ingredientes limpios y listos para la cocción al grupo de cocina, entre ellos el pescado salado y el maní, previamente tostado, los 10 ancianos descansan por un momento mientras el trajín se empieza a sentir cerca del salón.

Allí empiezan a llegar sus colegas con mesas, sillas, platos, cucharas, tazas y otros utensilios que servirán para la degustación de la nutritiva especialidad gastronómica. “Es destacable la colaboración de las familias de los  compañeros, pues no hace falta insistir mucho para reunir los implementos necesarios. Si bien en la sede existen mesas y sillas, se cocina para 50 comensales”, asegura Cristian Lozano, uno de los colaboradores.

Junto a otros cinco contemporáneos, este adulto mayor de 78 años se apresura a barrer el comedor, la cocina, el patio y la entrada del edificio. Su labor se ve interrumpida por alegres mujeres que encienden una vieja radio y empiezan a bailar sanjuanitos, yaravíes y otros ritmos nacionales.

Pese a la persistente caída de ceniza expulsada por el volcán Tungurahua, los bolivarenses se apresuran a dejar lista la sala, pues el reloj ya marca las 09:00.

De inmediato, los ‘chefs’, equipados con mandiles, gorros y guantes inician sus labores en la cocina. A fin de agilitar el proceso de cocción, colocan los granos y las semillas en una olla, los purés de verduras en un recipiente más grande, y las papas en un perol mediano.

Las cacerolas se tapan y los cuatro grupos de ancianos se juntan en la mesa para disfrutar de una refrescante bebida que mitigue el cansancio. Al cabo de tres horas, a las 12:00 en punto, el olor a fanesca invade la cuadra y los comensales empiezan a llegar para degustar el plato.

En ese momento, Jorge Cárdenas, representante de la asociación, interrumpe las risas y el bullicio para dar paso al acto de agradecimiento colectivo. “Es importante presentar nuestra gratitud al Creador por sus bendiciones y a la ‘Pacha Mama’ por sus bondades”, resalta en tono alto.    

Los comensales prueban el potaje y no paran de emitir comentarios: ‘la sazón es inmejorable’ y ‘cuál es el secreto de la receta’. Al final, en el rostro de los abuelos se refleja su alegría por satisfacer el paladar de sus familiares y haber compartido con sus vecinos. (I)

Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo

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La risa y el llanto cumplen su rol de sanación sicológica en la tercera edad

Para Maritza Suárez, sicóloga de la Universidad Técnica de Ambato, las terapias de grupo son fundamentales para tratar fobias, estrés crónico, angustia degenerativa y baja autoestima entre personas de la tercera edad. “A menos que un anciano padezca de autismo u otro trastorno del espectro autista, como síndrome de Asperger, afección de Rett o la enfermedad desintegrativa de las emociones, las charlas en grupos de 10 personas son efectivas para mitigar los efectos disolutivos de los males que aquejan a los adultos mayores”.

Según Suárez, expresar las emociones, sentimientos, ideas, proyectos y hasta penas ayuda en el proceso de sanación sicológica. “En estas sesiones casi siempre hay lágrimas, lo cual es beneficioso para descongestionar el sistema vascular”, agregó. (I)

*Opinión de la especialista Maritza Suárez

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