Psicología
Ercilia incentiva desde su silla móvil
Al son de un conocido merengue, un grupo de adultos mayores baila en el área externa del Centro de Salud N°1, en las calles Julián Coronel y Ximena, centro de Guayaquil.
Un paso adelante, otro atrás, vueltas completas y medias vueltas. Las nueve mujeres se pierden entre los girones de sus coloridas faldas, mientras los cuatro hombres presentes alzan y bajan sus brazos al compás de la melodía.
Siguen la rutina que alegremente imparte Ercilia Granizo Tapia (63 años de edad) tecnóloga médica con la especialidad de Educadora de Salud que desde 2013 tiene a cargo el Club de Adultos Mayores.
Ella también marca el ritmo con sus brazos en alto mientras palmotea, mueve su tronco y gesticula la letra de la canción. Lo hace desde una silla de ruedas. Sí, desde una silla de ruedas a la que llegó por causa del Síndrome de Guillain-Barré (GBS, por sus siglas en inglés), enfermedad que cambió de un vuelco su vida.
El GBS es un problema de salud grave que ocurre cuando el sistema de defensa del cuerpo (sistema inmunitario) ataca parte del propio sistema nervioso por error. Esto lleva a que se presente la inflamación de nervios que ocasionan debilidad muscular o parálisis y otros síntomas.
A Ercilia le sobrevino una señal de la afección una noche de 1988, cuando tenía 33 años de edad y muchos sueños por cumplir. “En mi casa (situada en la ciudadela Atarazana), mientras escribía en una máquina mecánica sentí un dolor en el meñique izquierdo, pero seguí tecleando. Me fui a dormir y como a las 05:00 quise levantarme, pero no pude incorporarme”.
Sus padres la llevaron a una clínica local y de allí a un hospital. “Estuve en terapia intensiva. Pasé tres meses y medio con vida artificial (pendiente de un respirador) y alimentación por sonda, pero consciente. Estaba inmóvil. No podía mover los brazos ni las piernas. Quedé cuadrapléjica. Cuando el médico me dijo que era Guillain-Barré, se me vino el mundo abajo”.
Por sus estudios profesionales, Ercilia tenía conocimiento de la enfermedad y sabía que no solo podían quedar secuelas, sino que también podía perder la vida. Lo que nunca imaginó es que podía ser víctima de esa afección que le arrebataría algunos anhelos.
Cuando dejó el hospital empezó innumerables sesiones de terapia para recuperar la movilidad. Lo logró desde el tronco hacia arriba incluidos sus brazos. Pero sus piernas quedaron sin fuerza para sostenerla. “Sin embargo, llega un momento en la vida que uno dice, lo que tengo que vivir que sea así. Un día, desde el balcón de mi casa vi a ese conocido señor sin brazos que vendía lotería llevando los tiquetes en la boca, sentí que debía hacer un cambio de adentro hacia afuera”, afirma Ercilia entre lágrimas.
Hace casi 10 años accedió a la inclusión laboral y se incorporó a la plantilla de Ministerio de Salud Pública, en calidad de Educadora de Salud. Pero no fue fácil. Previamente debió firmar su carné de discapacidad.
“Yo no quería porque era como aceptar estar condenada a la silla de ruedas y el entonces coordinador del Conadis me increpó: -¿Qué pasa tecnóloga, acaso la vida se acaba? A trabajar, qué le pasa que está llorando. ¿Cuánta gente no quisiera tener su título y ser independiente?- Lo miré con odio porque todo el mundo me trataba como porcelana y acá me tratan justo así. Ahora somos amigos. Nunca lo olvidaré”.
Ella reconoce que necesitó ese “sacudón” de su compañero para reaccionar. Aquel episodio más el apoyo incondicional de sus padres y seis hermanos, además de ocho años de estudios bíblicos fueron pilares fundamentales para sanar sus heridas del alma y los 19 años de conflicto interno que vivía.
“Llega el momento en que uno acepta su realidad y eso pasó conmigo. Tengo que ver la vida desde este ángulo”.
Ercilia empezó sus labores en el centro de Salud N°2 y desde 2013 pasó al N°1 donde imparte sus actividades. Allí llega todos los días desde la Atarazana “Doy charlas de salud a los integrantes de los clubes de Diabéticos, Hipertensos y de Adultos Mayores, que son los más numerosos (actualmente 29)”.
Con ellos trabaja lunes, miércoles y viernes de 09:00 a 11:00. Ángel Melo (82 años) y Elsa Suárez (74) son de los más antiguos del grupo cuyo promedio es de 65 a 93 años de edad. Todos ellos son vecinos de este céntrico barrio. “Gracias a la licenciada Granizo y al resto de médicos estamos más activos y en buenas condiciones”, expresa Ángel.
Elsa es la más animada y no pierde tiempo para ejecutar sus pasos de baile. “A mí me ha hecho muy bien la rutina de ejercicios para los dolores del brazo que tenía. La licenciada en nuestra líder, nuestra jefa, es nuestra, le tenemos mucho cariño”.
El contagioso merengue se detiene y los adultos mayores hacen una pausa para beber agua y luego retomar los ejercicios. “Para mí es placentero lo que hago, qué más puedo pedir. Me llena de satisfacción, porque estoy sirviendo a los adultos mayores”, finaliza Ercilia. (I)