Gustavo da cuerda al mejor reloj capitalino
Bajo un cielo totalmente azul, la tranquilidad de la plaza de San Francisco se ve interrumpida como todos los días con el repicar de las campanas de la iglesia de San Francisco. Son las 09:00 y el sonido se escucha a través del Centro Histórico mientras las palomas alzan vuelo en dirección al techo del templo.
En tanto, el trajinar de la gente no se detiene y los comerciantes de la zona cuelgan sus productos en las puertas de sus locales, al tiempo que algunos vendedores ambulantes dispersos buscan atraer clientes.
De manera imprevista, por la esquina de la calle Rocafuerte aparece Gustavo Landívar, de 63 años, el encargado de igualar el reloj de la centenaria iglesia, quien camina lentamente, “con paciencia”.
El hombre, que viste una bata blanca parecida a la de un médico, cruza la plaza, alza su rostro hacia “su criatura”, asciende por las gradas del atrio y pide a uno de los guardias del museo las llaves del campanario.
Para llegar a la parte más alta del monasterio, atraviesa el jardín central, un escenario rodeado de un pasillo de madera, balcones y columnas de piedra.
En el segundo piso, junto a la centenaria sala del coro de la iglesia, existe una puerta de madera. Landívar la abre para descubrir tras de ella un estrecho pasillo que conduce a unas gradas de tierra en forma de espiral. El pasadizo está rodeado de paredes del mismo material de los escalones, lo que vuelve al trayecto oscuro y frío.
No obstante, Landívar conoce la ruta de memoria, pues realiza esa labor desde hace nueve años, tiempo en el que se ha encargado de dar mantenimiento y cuerda al reloj del templo quiteño.
“Todo empezó cuando en la ciudad se estaba organizando el concurso de Miss Universo. Los coordinadores me solicitaron que componga el reloj, pues se suponía que el escenario principal del evento sería San Francisco, algo que no sucedió. Desde entonces no he dejado de visitar esta iglesia”, comenta.
Por ello, todos los martes y jueves Landívar llega hasta su sitio de trabajo luego de abrir una puerta, que le franquea una imagen del cielo de Quito tras una gran campana de bronce de más de 200 años, según cuenta.
El viento sopla fuerte en las torres de la iglesia y desde allí se pueden divisar todas las cúpulas de los conventos y monasterios del Centro Histórico como Santa Clara, San Agustín, La Merced, La Compañía, El Carmen Alto y Bajo y también los tejados de las casas vecinas, alcanzando a verse sus patios antiguos y sus ventanas de madera que muchas veces permanecen ocultas.
Pero aún falta por subir un trecho, pues por sobre las campanas se halla una torre más pequeña, a la que se llega a través de una escalera de madera roída. Los escalones crujen cada vez que don Gustavo da un paso hasta llegar al techo del campanario, donde una puerta da acceso al cuarto de máquina del reloj, un lugar desconocido para los quiteños.
“Las condiciones en las que encontré el aparato no eran las mejores, ya que los anteriores cuidadores le habían colocado 2 molones para que funcione. Sin embargo esa no era la solución, pues había que darle mantenimiento integral”, comenta Landívar.
El reloj del convento franciscano data, según el operario, de hace más de 100 años y se conoce que su origen sería francés.
El personaje, que toda su vida ha trabajado en relojería, asegura que no busca una retribución económica por su labor. “Este trabajo es un orgullo para mí en el ámbito profesional, porque sé que la gente que pasa por la plaza alza a ver al reloj y tiene un servicio. Esto es una manera anónima de hacer un bien para la comunidad”, asegura.
Dos pesas hacen funcionar al sistema. La más grande mueve las manecillas del reloj y la otra activa la campanas. Ambas están coordinadas para que la hora coincida con el sonido del campanario.
El padre Roberto Díaz afirmó que la congregación religiosa está agradecida por la intervención técnica de Landívar, ya que sus miembros consideran que preservar el reloj significa cuidar de una parte del patrimonio capitalino.
“Esto tiene un valor muy grande y especial, pero el tiempo cambia las costumbres. Por ejemplo, nuestra congregación antes tenía una persona específica para el trabajo denominado campanero, que se ocupaba de repicar para anunciar la misa. Pero esa tradición se ha perdido y en el Centro Histórico ya no se escucha el tradicional sonido como antaño”, finalizó el religioso.