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Maradona y Argentina

Maradona y Argentina
26 de noviembre de 2020 - 00:00 - Joaquín Roy

Debido a las limitaciones de mi residencia de más de medio siglo en Estados Unidos, el alto precio que he pagado es que salvo raras excepciones he tenido que seguir por televisión encuentros de fútbol en presencia. Muy especialmente, siento la carencia que representa observar directamente hazañas deportivas protagonizadas por estrellas que tienen un puesto sólido en la historia.

Solamente conseguí ver en directo a Maradona en dos partidos, ambos en Barcelona (pero no en el Barça): en el partido inaugural del Mundial de 1982, celebrado en España, y en un encuentro posterior en que fue expulsado ante Italia, en la segunda fase. Ambos capítulos históricos se me antojan sintomáticamente de la vida del astro y del país de su origen.

Argentina es mi país latinoamericano favorito, sobre el que he escrito libros enteros. Allí tengo más amigos y colegas académicos que en ningún otro. Pisar las calles porteñas representa una nostalgia de la Barcelona que ya no existe. Allí regreso siempre que puedo con gran satisfacción, y de donde salgo siempre sin resquemor, a pesar de mi irritación sobre algunos aspectos sociales que siento como propios.  

Intuyo que en ningún otro país latinoamericano nadie ha cometido más errores sistemáticamente con el aparente objetivo destrozar la esencia nacional. Argentina puede presumir de la inmigración más variada de América Latina. Disfruta de una naturaleza donde la inmensa Pampa garantiza con la cosecha el sustento de su ciudadanía, comparativamente la más educada del continente.

Pocos géneros musicales criollos tienen la íntima personalidad del tango. Sus poetas y novelistas son imprescindibles en cualquier escaparate de la cultura en el hemisferio occidental. Su respeto por la lengua, en su base del español, aderezado por la música del italiano, les distinguen de sus vecinos. Tres argentinos de sobremesa son ejemplos de diálogo; dos argentinos son un espectáculo. Un argentino compite con sí mismo en un discurso magistral.

Parafraseando la emblemática pregunta de un personaje de Vargas Llosa, “en qué momento se jodió la Argentina”. El contexto fue el impacto que la crisis económica de los años 20 y 30 del anterior siglo tuvo en América Latina. Muy especialmente, se ensañó en un país como la Argentina donde la inmigración que había aterrizado en los arrabales porteños comprobaba que la Pampa ya tenía dueños. No le quedó más remedio que superpoblar el monstruo de la capital. Los “descamisados” fueron descubiertos por Perón, ayudados magistralmente por Evita.

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El populismo argentino no ha sido superado por ningún otro imitador. Chávez no tenía el debido carisma y nunca estuvo acompañado por una Evita. No se puede insinuar un revival que ruegue “no llores por mí, Venezuela”. Esa sociedad forjada por la inmigración fue capturada también por una especial variante del populismo, la más genuina.              

Desde entonces, una vez superado el peronismo, desaparecido el líder y su esposa, Argentina fue raptada, como resultado de los efectos de la Guerra Fría, por una de las más crueles dictaduras militares, al igual que la mayoría de los países latinoamericanos. En los estertores de la última etapa bajo Galtieri, los argentinos se vieron arrastrados a la trágica invasión de las Malvinas.

El desastre coincidió con la inauguración del Mundial de España. Maradona saltó al terreno mientras un familiar suyo era prisionero, en la rendición de Argentina. En el partido ante Italia, el astro fue cosido a patadas, en una época en que las tarjetas amarillas no funcionaban todavía y la roja nunca llegaba. Maradona respondió con un magistral puntapié, no a la pelota, sino a la pierna de un italiano. Diego se dirigió al vestuario, sin esperar a la orden del árbitro. Unas semanas después, Maradona ingresaba en el Barcelona.

Todo desde entonces fue desmesurado. Contribuyó a la mejora del Barcelona, mientras sus asesores en la ciudad se multiplicaban, y su conducta se oscurecía. Hasta que una oferta supermillonaria lo lanzaron a Nápoles, donde su tejido personal se empeoró.                         

Su mayor triunfo deportivo tuvo por marco el Mundial de México en 1986, donde logró la venganza ante Inglaterra con unos goles geniales, sobre todo el que plasmó “con la mano de Dios”.  Ya en otro Mundial, el celebrado en Estados Unidos en 1994, fue detectado por consumo de drogas y descalificado. El declive de su actuación deportiva y su salud se aceleró.

El que había sido estrella en el escenario supercapitalista del “soccer” global se cobijó bajo la protección del sistema de salud de Fidel Castro, de donde salió certificado para ejercer como entrenador en una serie de transformaciones variopintas en México y su natal Argentina. Su cuerpo no aguantó más. Según la experiencia histórica, se garantiza que Argentina superará también el accidentado itinerario político combinando diversas variantes de peronismo y retoques de conservadurismo y liberalismo.

En el fondo, el propio Maradona podrá seguir entonando, con más fuerza si se quiere: “No llores por mí, Argentina. Nunca te he dejado”. Nos quedarán los videos, incluidas la “mano de Dios” y las patadas que recibió en vida. Y también, de momento, nos quedará también Messi, aunque se vaya del Barça. Y a todos nosotros, argentinos y conversos, siempre nos quedará la Argentina superviviente, eterna. No hay más remedio

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