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El Telégrafo
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Análisis

¿Cuánto pesará la ‘denuncitis aguda’?

¿Cuánto pesará la ‘denuncitis aguda’?
Foto: Captura de YouTube
17 de febrero de 2017 - 00:00 - Redacción Política

La OPEP acaba de desmentir a ‘Capaya’. Odebrecht no ha mencionado a ningún funcionario del gobierno en las coimas y más bien queda la duda de un asesor ‘ad honorem’ del Municipio de Quito y otros allegados al de Guayaquil. Además, algunas instituciones y países han reportado la ausencia de depósitos en cuentas de paraísos fiscales de los principales candidatos de AP y de otros, en general.

Siendo así, parecería que lo único comprobado y sentenciado el miércoles pasado, es lo ocurrido con ‘Capaya’ y su grupo de colaboradores, aunque queda todavía investigar los nexos con su primo, ‘Charlie’ Pareja Cordero. Y sobre eso quedan algunas reflexiones sobre el uso y el manoseo del tema de la corrupción y la ‘denuncitis aguda’, al mejor estilo de lo que hacía un exlegislador socialdemócrata, de triste recordación, y su mejor alumno (aunque mejor respaldado y posiblemente financiado) Fernando Villavicencio y todo su aparato mediático (propio y acolitador), empezando por Mil Hojas y otras plataformas de su propio peculio.

Partamos de lo evidente: se quiere ganar las elecciones con base en la denuncia, el desprestigio al adversario y un plan de escándalos que lleguen al espíritu moralista de la población, para con ello erigirse como los custodios de la ética, la transparencia y el servicio desinteresado. Y eso empezó casualmente cuando en 2013 perdieron las elecciones y diseñaron a largo plazo la mejor estrategia para sembrar de dudas e incertidumbre a la población.

Por otro lado han construido una campaña soterrada de miedo alertando (en taxis, buses y centros comerciales) del peligro de caer en el supuesto infierno en el que viven Cuba y Venezuela. Ninguno de los ‘denunciólogos’ habla del ‘infierno’ de los argentinos y brasileños, mucho menos de lo que viven los mexicanos y nada del drama de los estadounidenses y europeos tras los golpes letales de la crisis económica global producto de los modelos ultra neoliberales.

Y no hay que ir muy lejos para comparar, porque la capital de los ecuatorianos experimenta el impacto de una gestión municipal sustentada en el supuesto liberalismo, en la no política y en la ausencia de ciudadanía. Quienes fomentaron y sustentaron la candidatura del actual alcalde lo hicieron con los mismos argumentos de los actuales aspirantes a la Presidencia de la República, sobre todo los de derecha, y con el soporte mediático y de la ‘denuncitis aguda’ de quienes ahora conforman las listas de aspirantes a la Asamblea.

El resultado está a la vista: los argentinos experimentan el fraude de quien les ofreció sacarlos de una supuesta extrema pobreza y llevarlos al paraíso terrenal. Quito no tiene liderazgo ciudadano, las obras están retrasadas y los procesos sociales que arrancaron hace más de una década han quedado desfinanciados y en otros casos anulados por absoluta responsabilidad del titular del municipio. Y eso sin contar que gracias a la complicidad mediática las denuncias de corrupción no son el escándalo de todos los días.

La responsabilidad pública y el compromiso con el país pasan precisamente por construir una nación para garantizar las mejores condiciones colectivas, no para contar con grupos de presión y de interés privado en las principales instituciones del Estado. El bien común es un valor político que adquirió sentido en estos años y gracias al diseño institucional de la Constitución de Montecristi. Por eso hay unos procesos en desarrollo que difícilmente ningún gobierno y gobernante -del tinte que sea- podrán frenar porque ya forman parte de la vida cotidiana de la gente.

La ‘denuncitis aguda’ no es un acto moral o de servicio a favor de mejorar la calidad de vida de la gente. Si fuese así habría otros actores políticos mencionados y señalados por los “sacerdotes de la moral” que pululan en las redes y en los medios de comunicación comerciales. Es una actitud política bien manipulada, financiada y con el respaldo de poderosos banqueros, muy interesados en recuperar el poder político y con ello garantizar sus negocios privados.

Y tal ha sido el énfasis que pusieron al tema de la corrupción que le negaron su naturaleza real y con ello la posibilidad de combatirla y erradicarla de raíz, si fuese posible. Cuando ponen en escena solo este tema nos agreden en nuestra identidad y en nuestras virtudes como nación. Eso fue lo que hicieron desde el retorno de la democracia para hacernos creer que somos un país inviable, sin futuro, a la espera de una invasión extranjera y, ojalá, una colonización ‘salvadora’. Todo eso para sembrar la subestima social y el desconcierto general. Mientras tanto, todo ese tiempo crecieron las mayores fortunas y usaron al Estado como prestamista de primera instancia y salvador de los negociados privados, como ocurrió con el feriado bancario.

Ahora es el momento de la reflexión sobre el destino de la Patria, no solo porque hay unas elecciones, sino porque estas han desnudado a las verdaderas fuerzas patriotas y a quienes cargan una batería de amenazas a nuestra propia naturaleza social y humana estigmatizándonos de corruptos y ellos sacralizándose como los salvadores impolutos.

Hay que combatir la corrupción en todas sus manifestaciones, pero también hay que acabar con la desigualdad, la inequidad y la pobreza. No podemos ser Nación y República si no apuntalamos otros modos de relacionamiento social, económico y cultural, que no sean precisamente los que favorecen el consumo, la explotación, la miseria y la precariedad general a partir de ensalzar el egoísmo, el enriquecimiento, la rentabilidad privada exclusiva y el sometimiento al capital. Esos son los temas que los ‘denunciólogos’ no comprenden porque su egoísmo con el país es crónico. Y por eso el domingo veremos quiénes son los ‘castigados’. (O)

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