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El ibarreño que conquistó Oxford

Enrique Ayala Mora está jubilado de la Universidad Andina Simón Bolívar, pero no abandona la cátedra. Su pasión es compartir conocimientos.
Enrique Ayala Mora está jubilado de la Universidad Andina Simón Bolívar, pero no abandona la cátedra. Su pasión es compartir conocimientos.
Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
11 de febrero de 2018 - 00:00 - Redacción Política

Una de las más grandes emociones de su larga existencia ocurrió en la Sala Capitular de la emblemática iglesia colonial quiteña de San Agustín.

Fue la noche de 1995 en la que se graduaron los primeros 23 alumnos de la pequeña Universidad Andina Simón Bolívar.

En su institución educativa, que en aquel entonces era un local improvisado y reducido, no tenía un sitio adecuado para un ritual tan trascendental; sin embargo consiguió que este se realizara en un icónico y maravilloso escenario en el que cada espacio es simbología e historia.

Ese es uno de los recuerdos que perduran en la memoria de Enrique Ayala Mora, uno de los más eminentes historiadores ecuatorianos y un educador insigne: es el hombre que creó una de las entidades educativas de posgrado más importantes de Ecuador y de América Latina: la Universidad Andina Simón Bolívar.

Ibarreño nacido el 13 de noviembre de 1950 en la antigua casa de la esquina de las calles Flores y Bolívar, que hoy es parte del patrimonio cultural de la ciudad, es hijo de Enrique Ayala Pasquel, quien lo antecedió en el amor por la política desde que fue funcionario público y legislador velasquista, y de Fanny Mora Bonilla, profesora, quien tuvo la suerte de ser alumna de la legendaria maestra María Angélica Hidrobo.

No viene de una familia aristocrática ni millonaria. Su bisabuelo Eliodoro sí fue un hombre muy rico, pero las generaciones posteriores nunca entendieron qué pasó con aquella fortuna.

Pero eso no ha sido relevante en la vida de Enrique Ayala Mora. Gracias a la tenacidad y al rigor de sus padres, cuyos ocho hijos llenaban la casa junto a tíos y tías que poblaban las habitaciones, patios, salas y los comedores.

Sus dos padres ya fallecieron, pero el legado que dejaron, en especial a Enrique, fue el amor por los libros, tanto que lo que más recuerda y extraña de la vieja casona de Ibarra es la enorme biblioteca que tenían sus progenitores.

El amor por los libros, como el amor por los seres humanos, siempre tendrá preferencias y recuerdos inolvidables.

Recuerda los volúmenes que más le llamaban la atención, en especial Historia de Cantú, con 40 tomos, que habla de los imperios egipcio y romano, y que a los Ayala Mora les fascinaba verlos ahí, como unos objetos maravillosos y mágicos llenos de personajes, amores, paisajes, campos de batalla.

Si de aquella biblioteca familiar el libro que lo alucinó y determinó su futuro profesional fue el tomo cuatro de la historia de González Suárez, más tarde fueron dos textos los que formaron su pensamiento: El retorno de los brujos, de Jacques Bergier y Louis Pauwels, y Miseria de la teoría, de E.P. Thompson, que lo marcaron, le dejaron huella, le cambiaron la vida y le señalaron un destino.

Por ese destino, otro de sus días felices fue cuando le llegó la carta en la que la universidad inglesa de Essex lo aceptaba para estudiar una maestría por un año y medio.

En esos años ya estaba casado con el amor de su vida: Magdalena Román, también ibarreña. Junto con su inseparable esposa viajó a Gran Bretaña, se instaló en una pequeña casita prestada por Essex como parte de la beca y consolidó su amor por estudiar y aprender, dos actividades que las sigue haciendo hasta hoy y que nunca dejará de realizar.

En Inglaterra mismo, en la Universidad de Oxford, obtuvo en cambio su doctorado. Hoy es jubilado de la Universidad Andina, después de haber sido rector de ella por 25 años, pero no ha abandonado la cátedra porque sería como arrancarle una parte de su vida.

Igual ocurriría si dejara la militancia político-ideológico. Es católico practicante, pero al mismo tiempo socialista.

Y no hay contradicción en ello, porque en Ibarra, donde estudió la primaria en el Instituto Rosalía Rosales de Fierro y la secundaria con los hermanos cristianos de La Salle, fue parte de los grupos que creó y formó el histórico monseñor Leonidas Proaño, sacerdote que llegó a ser obispo de la ciudad y que fundó el hoy desaparecido periódico La Verdad.

Con monseñor Proaño aprendió que era posible la convivencia de aquellos dos pensamientos, el católico y el socialista, porque ambos se juntan en ideas de rebeldía contra el poder autoritario y abusivom y la solidaridad por los pobres y por los desposeídos.

Graduado del colegio, a los 17 años viajó a Quito para continuar sus estudios e ingresó a la Pontificia Universidad Católica. Allí, pese a la tendencia conservadora de la institución, fue parte de un grupo de estudiantes católicos que cuestionaban el ejercicio del poder tanto académico como político y que eran parte de una tendencia que se expandió por Ecuador bajo el nombre de Acción Católica.

Su ideología y su formación intelectual se consolidaron bajo la guía de un extraordinario sacerdote, que llegó a ser rector de la universidad y que muchos estudiantes de aquella época lo recuerdan con admiración y cariño: el padre Hernán Malo González. (I)

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