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En la memoria de los adultos mayores está la identidad de los pueblos

El chef Alberto rememora el Quito del siglo XX

Al Madrilón, centro de Quito, llegan poetas, escritores y políticos, por su comida y en especial por las tertulias. Foto: Cortesía
Al Madrilón, centro de Quito, llegan poetas, escritores y políticos, por su comida y en especial por las tertulias. Foto: Cortesía
28 de junio de 2014 - 00:00 - Kléver Paredes B.

A ‘Albertito’ Guzmán, como le llaman sus amigos, le gusta ese diminutivo porque guarda consigo cariño y respeto. No hay duda de que la identidad de los pueblos está presente en la memoria de los adultos mayores. Escucharlo hablar de sus recuerdos es transportarse al Quito del siglo pasado.

“Nací en Quito, la capital del Ecuador. En el famoso barrio de Santa Bárbara, a dos cuadras y media de la Plaza Grande. Cerca de mi casa funcionaban las oficinas del diario El Día, fundado por Ricardo Jaramillo. En la esquina de las calles Venezuela y Manabí había una tienda de una señora de apellido Argüello”, cuenta Don Alberto. Este sitio era muy conocido porque en ese lugar se reunían a ensayar sus canciones Luis Alberto Valencia, Gonzalo Benítez, Segundo Guaña y el ‘Pollito’ Ortiz. Ellos se presentaban luego en radio Quito, en el programa ‘Canciones del Alma’, que duró más de 25 años.

En la casa de diario El Día, posteriormente se instaló la radio Tarqui. Junto a esta edificación existía el local del sombrerero Racines, que tenía de vecino al señor Alfredo Chiriboga Vela; más arriba se ubicaba la tienda de Gonzalo Salinas. “A una cuadra de mi casa también vivía el doctor Moncayo, donde eran las oficinas de la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE) y después los juzgados”.

La década de los años 50 representaba un Quito conventual, todos se conocían por su nombre, por el nombre de los negocios o por los apodos. Preguntaban, por ejemplo: Disculpe, ¿usted conoce al señor Manuel Racines? Y se respondía, él vive al lado del ‘Curco’ o del ‘Maestro Chispo’. Entre los apodos era famoso el del pintor Diógenes Paredes, llamado el ‘Monstruo’, por su gran estatura, grandes brazos y pies gigantes; también había un cambista conocido como el “Tío Canillas”. Otros eran el ‘Diablo ocioso’.

El Quito de aquel entonces era muy familiar y muy cariñoso, según recuerda Don Alberto. “Estaba rodeado de personas que cuidaban  su buen nombre, lo que hoy día no sucede igual. Antes la gente podía ser muy pobre, pero era muy honesta, lo que más importaba era el nombre y el apellido. Era común escuchar que los padres aconsejen a sus hijos fijarse en tal o cual persona porque su padre era honorable, decente, respetuoso, trabajador. Incentivaban a que se enamoren de hijos e hijas de los ‘señores’ del buen decir, de familias correctas que no daban de qué hablar. Ahora lo que importa es que tengan carros, cuentas bancarias, buenos cargos”, dice.

El longevo quiteño agrega que tanto era el valor que se daba antes a la palabra, que incluso pesaba más que la escritura. “Se prestaba dinero y se pagaba en la fecha convenida, sin necesidad de una letra de cambio o cheque. Uno era responsable y cumplía para no quedar mal, y peor que la familia sea afectada o mal vista por su incumplimiento”.

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