Una frontera caliente divide a Israel y Líbano
“La guerra de 2006 fue dura, estuvimos bajo un fuerte ataque”, cuenta Betzalel Lev-Tov dentro del refugio antiaéreo número 4 del kibutz Misgav Am, una comunidad agrícola de 350 habitantes situada en un monte del extremo norte de Israel, al lado de la frontera con Líbano.
“Por un lado, la artillería israelí disparaba hacia Líbano. Por el otro, Hezbolá disparaba a Israel. Nosotros estábamos aquí, atascados en medio”, dice el miembro del kibutz, que más de 40 años vive en los límites septentrionales de la Alta Galilea, una región denominada como el “dedo” de Israel.
El acceso a Misgav Am es por una carretera que sigue un tramo de la Línea Azul, la delimitación entre el territorio libanés e israelí que hizo las Naciones Unidas en 2000, después de que el Ejército de Israel se retirara del territorio que ocupaba en el sur de Líbano.
La zona fronteriza está vallada y es casi infranqueable, repleta de postes con cámaras de vigilancia para controlar que nadie cruce los límites entre ambos países.
Líbano e Israel no mantienen relaciones diplomáticas, formalmente están en guerra hasta el día de hoy, después de varios conflictos armados, no han establecido aún un alto el fuego permanente.
En 2006, el último gran conflicto enfrentó a Israel y la milicia chií libanesa Hezbolá, con una guerra abierta que causó la muerte de 1.200 libaneses, la mayoría civiles, así como de 162 israelíes, gran parte era de militares.
Según Lev-Tov, desde la contienda de 2006, “la situación está calmada”. Más allá de incidentes puntuales, en los últimos 12 años no hubo escaladas militares graves en el área fronteriza.
Aún así, la tensión es constante. “Somos civiles, pero vamos armados, y tenemos derecho a disparar si algún intruso entra en el kibutz”, afirma Lev-Tov en referencia a Hezbolá, al que igual que Estados Unidos, el Gobierno israelí considera es una organización terrorista, bajo influencia directa de su enemigo acérrimo, Irán.
Desde su colina, Misgav Am tiene un mirador con vistas privilegiadas al país vecino. Al otro lado de la frontera, en la cima de un monte cercano, ondea una bandera de Hezbolá. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el grupo chií no tiene presencia armada en el sur del Líbano, pero una parte de los civiles de la zona simpatiza con el organismo.
En caso de ataque, la comunidad de Misgav Am tiene 30 búnkeres para protegerse.
“Tenemos experiencia para reaccionar rápidamente y llevar a los niños a los refugios”, detalla Lev-Tov en un parque infantil del kibutz, al lado de una estructura de hormigón antiaérea con paredes decoradas con dibujos de La Sirenita.
Para Claire Lishanski, residente hace décadas en Metula, el último pueblo del septentrión israelí que delimita con Líbano por el norte, este y oeste, “vivir al lado de la frontera es normal”.
Sin embargo, “nunca sabes cuándo podría estallar un nuevo conflicto”, añade Lishanski, que regenta un hotel-restaurante familiar fundado en 1936, antes de la creación del Estado israelí.
Su familia, procedente de Rusia, se instaló en Metula a finales de siglo XIX, en una de las primeras oleadas de inmigración judía que llegaron a Palestina.
Esta mujer considera que su familia tiene una vida próspera en la comunidad, “pero la seguridad es un grave problema”, asegura, y ve con buenos ojos el plan del Gobierno israelí de construir una nueva barrera de separación con Líbano.
“Hezbolá ganó mayores capacidades en los últimos años y podría intentar ocupar los pueblos israelíes a lo largo de la frontera”, asegura Kobi Maron, general retirado del Ejército israelí y experto en defensa, que sostiene que la seguridad de Israel está en juego.
Según el militar, la barrera estará en territorio israelí y será una combinación de “vallas, tecnología avanzada y muros” que serán obstáculos para evitar que Hezbolá cruce.
Sin embargo, para Andrea Tenente, portavoz de la Fuerza Interina de las Naciones Unidas en Líbano, “pese a los discursos belicistas, la situación sobre el terreno es de calma y estabilidad”.
Tenente opina que la misión con 10.500 cascos azules, incluidas tropas españolas, que patrullan día y noche la frontera libanesa-israelí, ayudan a mantener la tranquilidad en la zona. (I)