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En 1808 el profesor dalton dedujo que las cosas están hechas de átomos

Cuando los humildes aportan a la ciencia

Clair Patterson. Cortesía: Internet
Clair Patterson. Cortesía: Internet
19 de abril de 2015 - 00:00 - María Eulalia Silva

Aunque hoy muchos de los grandes progresos se realicen en el marco de monumentales proyectos científicos, a lo largo de la historia han surgido hallazgos clave realizados por personas trabajando sin ostentosos presupuestos ni grandes infraestructuras.

Fue gracias al tesón, la curiosidad y la perseverancia de esas personas que se llegó a descubrimientos que han cambiado la concepción del mundo en el que vivimos y las leyes que lo gobiernan. Les presentamos algunos ejemplos de cómo personas comunes aportaron a la ciencia.

La radiactividad, usada para conocer la edad de los restos

Un accidente daría lugar a uno de los más grandes descubrimientos de la química y la física. En 1896, el francés Henri Becquerel dejó distraídamente un sobre con sales de uranio sobre una placa fotográfica sin revelar. Más tarde, para su sorpresa, comprobó que en la placa se había impreso imágenes, como si les hubiese dado la luz. Dedujo entonces que el uranio emitía algún tipo de rayo, algo muy curioso cuya investigación delegó a una joven estudiante polaca.

Ella se llamaba Marie Curie y junto a su esposo, Pierre, descubrieron que algunas piedras desprenden energía. La llamaron radiactividad y así los tres ganaron un premio Nobel de Física. Más tarde, los Curie descubrieron el radio, otro material radiactivo que luego se utilizó para matar células cancerosas, la radioterapia.

Pero la radiactividad tendría otras aplicaciones prácticas. Algunos científicos observaron que los átomos de un elemento se transformaban en otros; por ejemplo, el uranio -un elemento inestable- se desintegraba para convertirse en plomo y eso podía explicar por qué la Tierra emite calor en sus profundidades.

Y también podía utilizarse para saber su edad. Desde los descubrimientos de Darwin y la aparición de los fósiles de dinosaurios, la antigüedad del planeta causaba fuertes polémicas. La versión religiosa de entonces, aferrada a las narraciones de la Biblia, sostenía que eran poco más de 6.000 años, aunque Lord Kelvin, el científico más afamado de la época ya había probado que era  más vieja: la estimaba en 24 millones de años. Pero ambos cálculos estaban lejos de la verdad.

Hacia 1940 comenzó a usarse la radiactividad para conocer la edad de un resto orgánico: es el famoso método del Carbono 14. Las plantas absorben carbono de la atmósfera y cuando los animales las comen el carbono pasa a su organismo hasta que mueren. A partir de allí, la radiactividad del carbono desaparece de sus huesos de manera gradual, y midiendo cuánto les queda se puede saber su edad.

Eso solo sirve para unos miles de años atrás; para cosas aún más viejas se debía usar otro método. En 1946 otro joven estudiante llamado Clair Patterson recibe de su profesor un trabajo de tesis de lo más tedioso: medir la proporción de plomo y uranio en rocas. Tan pesado fue el encargo que el chico se pasó 7 años analizando las piedras más antiguas del mundo y restos de meteoritos, midiendo uranio radiactivo, que lentamente y a lo largo de los siglos se convierte en plomo.

Y llegó a una conclusión asombrosa: el mundo tenía nada menos que 4.550 millones de años. Desde entonces y hasta hoy las pruebas de los más complejos aparatos dieron casi exactamente la misma edad. (I) (continúa...)

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