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Ecuador, 26 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Devolverle a la economía la dimensión ética de la vida

¿Qué implicaciones tiene para nuestros países, y concretamente para muchas de nuestras comunidades, el que se haya convertido a los recursos naturales –de acuerdo al enfoque de la economía capitalista- en mercancía, despojándolos de todo su valor cultural, simbólico, religioso y también como fundamento de la sostenibilidad de la vida?

La modernidad y su racionalidad técnica, científica y económica se han constituido en los ideales que hay que alcanzar. Además, su aplicación o no, se han convertido en una suerte de línea divisoria entre “buenos y malos”. No es casual que muchos – no todos- de los movimientos y líderes que reivindican la interculturalidad y los derechos de la naturaleza, sean vistos como “enemigos del desarrollo”. Tampoco es casualidad que el mismo Banco Mundial señale a la pobreza, bajo esta racionalidad, como el principal enemigo de la sostenibilidad ambiental.

Con frecuencia se supone que el modelo de acumulación capitalista, tal como se lo vivió en Latinoamérica con fuerza desde los años ochenta, carece de ética. El problema no es saber si el modelo de organizar la economía es ético o no, sino entender qué tipo de ética es la que sustenta el modelo.

Por ejemplo, y como planteaba el economista ecológico Joan Martínez Allier, la ola económica neoliberal coincidió desde 1975 y 1980, con el triunfo de los gobiernos de Pinochet, Thatcher y Reagan y, paralelamente, con el auge cada vez mayor de la crítica ecológica a la economía. “El mercado no garantiza que la economía encaje en la ecología, ya que el mercado infravalora las necesidades futuras y no cuenta los perjuicios externos a las transacciones mercantiles, como ya lo señaló Otto Neurath contra Von Mises y Hayek, entre 1920 y 1930)” declaraba Martínez Allier en este contexto.

Además, existe una ausencia de responsabilidades mutuas, llámese ética compartida, entre los países del “primer mundo” y los que están en “vías de desarrollo”, pues los ricos del planeta que más ingresos por habitante tienen, consumen tanto, que las fronteras de extracción de mercancías o materias primas están llegando a los últimos extremos. Un ejemplo de aquello es la expansión de la frontera petrolera que ha alcanzado zonas sensibles como Alaska y la Amazonía Sudamericana.

La función que deben cumplir las ciencias sociales, especialmente la economía que ha estado divorciada de la dimensión ética, humana y ambiental desde la agresiva campaña neoliberal instaurada en nuestro territorio por gobiernos de derecha, tiene que seguir la misma lógica que el filósofo Antonio Gramsci le asignaba al rol de los científicos respecto del movimiento social. Es decir, convertir el acceso al conocimiento y la técnica en una suerte, si se quiere, de conocimiento orgánico, o sea, al servicio de la sociedad y para mejorar las condiciones de desarrollo y libertad individual y colectiva.

El país, al plantearse como nuevo paradigma de desarrollo el Buen Vivir, se orienta a garantizar una relación ética entre el ser humano y la naturaleza.

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