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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Sed. Cuando el miedo es sinónimo de deseo

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El cine ecuatoriano no es precisamente conocido por sus thrillers psicológicos, pero he aquí uno: Sed, ópera prima del ecuatoriano Joe Houlberg, que explora los mundos interiores. Es una propuesta intimista, que, desde la concepción de su rodaje (equipo mínimo, bajo presupuesto), plantea un acercamiento distinto al cine del país, no solo por el género, sino también por su narrativa, en la que la historia no tiene más peso que las sensaciones, las percepciones o la atmósfera, una atmósfera «salvaje y carnal», una que quiere llegarle al espectador a las tripas, como ha dicho el director en una entrevista con Variety. Una apuesta por el cine de autor.

La película cuenta la historia de Sara (interpretada por Ana Cristina Barragán), una joven ciega, que va de vacaciones a la hacienda de su infancia junto con su novio Jota (Iván Alzate), su prima (Fernanda Barragán) y el novio de esta. Allí, lejos de la ciudad, en un espacio en el que el silencio es más fuerte que todo, despierta algo que había dormido todo el tiempo en ellos: quizá su deseo inconsciente.

«Sed habla sobre la fragilidad de la mente humana. Sobre cómo las personas se vuelven vulnerables según el contexto. Sobre cómo sus deseos guardados salen a la luz. Cada ser humano tiene un deseo oculto, cosas no aceptadas», explica Houlberg.

Y es que en Sed, a pesar de querer aproximarse al otro, los personajes solo consiguen aislarse. La comunicación, el amor, la relación sexual, está siempre atravesada por los miedos —o deseos— inconscientes de los personajes. En lugar de mirarse en Sara, Jota se mira a sí mismo. Es un egocéntrico y quizá por eso no puede tener sexo con ella. No es gratuito que la única vez que los personajes logran consumar el acto sea frente a un espejo. Hay siempre un juego voyerista entre los personajes. «Qué ver y qué no ver», este fue el concepto que Joe Houlberg trabajó en cada una de las áreas: fotografía, arte, puesta en escena, etc.

La tensión en el filme se teje entre varias posibilidades de voyerismo: el que mira sin ser visto, el que no es visto, y el que sabe que es visto pero finge que no lo sabe. Esta idea se expresa con mayor énfasis en la escena en la que Sara y el novio de su prima se masturban. Él encuentra placer al mirar sin ser visto, y ella, al saberse deseada, al saber que él piensa que ella no la mira, y al mirarlo. La única forma que encuentran los personajes para acercarse al otro es tocándose a sí mismos. La escena es una metáfora sobre la imposibilidad de llegar al otro. El otro es un mundo lejano, insondable, indescifrable. La única posibilidad de relación es a través de la masturbación mutua, como una especie de diálogo interrumpido, desesperado, infinitamente solitario.

Hay un especial énfasis por parte del director en la construcción de imágenes. La calidad de la imagen es bastante prolija y hay claramente una propuesta estética visual (colores desaturados, encuadres limpios). Sin embargo, la banda sonora también tiene una propuesta categórica. La música de Gerardo Guevara y Luis Humberto Salgado —compositor bastante particular cuya obra, en su época, no se podía interpretar— y Alex Alarcón, dotan a la película de una atmósfera densa. Y es que más allá del argumento, el sentido del filme está en la sensación que las imágenes y la banda sonora producen en el espectador.

Sed es una película atmosférica. Aquí el lenguaje cinematográfico atraviesa las fronteras de la narrativa descriptiva; las imágenes producen una multiplicidad de significados, pues además de narrar la historia, buscan ser la metáfora de algo más.

Otra idea interesante dentro del filme es la asociación inconsciente entre los empleados de la hacienda y el misterio. El misterio que gira en torno a la infancia de Sara —y que se representa a través de flashbacks en los que la vemos de niña— es el mismo que envuelve a don Segundo, el peón de la hacienda, quien parece pertenecer al mundo de los fantasmas.

A Joe Houlberg le llamaron la atención los roles de poder que existen en las haciendas, «es un tema poscolonial que sigue existiendo y que en las haciendas se marca mucho», dice el director.

Las represiones sociales y psicológicas parecen perder la frontera llevando a la reflexión de que aquello que sucede en la mente, es inevitablemente una metáfora de un problema social. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre en la mayoría de las películas ecuatorianas, que abordan a los personajes desde los temas sociales, la ópera prima de Joe Houlberg actúa al revés: analiza las problemáticas sociales desde lo psicológico. Consciente o inconscientemente, Houlberg esboza una tesis que, a pesar de no estar bien definida, es muy interesante: aquello que aterra no es un fantasma ni algo paranormal, tampoco se trata de algo que esté en uno mismo. Lo que aterra es el otro. El miedo a lo desconocido es una forma que encuentra la mente para explicar o justificar la intolerancia. La cineasta argentina Lucrecia Martel alguna vez dijo en una entrevista que «la alienación entre clases sociales es tan grande que ellos, los otros, son fantasmas». Tal vez esta idea alcanza su clímax en una escena que parece una cita a The Conversation (Francis F. Coppola, 1974), y que muestra un inodoro del que brota sangre en grandes cantidades. Esta escena puede leerse como una metáfora de la colisión de las represiones sexuales y sociales.

Sed es una película que busca tener una mirada particular. Mirada en sentido literal y metafórico, pues varias de sus escenas están filmadas a partir del silencio, del «no mirar». Houlberg buscaba que quien la mire, también se sienta impotente. «La película vuelve ciego al espectador —ha dicho el director—. Sus silencios e imágenes comunican más que las palabras». Esta cinta, el primer metraje de Houlberg, en un género que no es la comedia, invita a pensar el cine como ejercicio de análisis; se podría decir que —independientemente del resultado—, en este filme, la cinematografía ecuatoriana ha encontrado otras narrativas para expresarse.

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