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Marosa di Giorgio o un milagro

Marosa di Giorgio o un milagro
08 de julio de 2013 - 00:00

Marosa di Giorgio nació en Uruguay en 1932, y es considerada una de las voces poéticas más originales y prodigiosas del siglo XX en Latinoamérica.

 

El universo poético de Marosa está constituido de flores, plantas, hongos, planetas, piedras preciosas y muchos cuerpos, metamorfoseados con todo lo anterior. Los hongos, esas extrañas especies que alguna vez fueron considerados seres intermedios entre plantas y animales. O las piedras preciosas, que para Aldous Huxley son como pequeñísimos restos de lejanos mundos brillantes, y que en este mundo solo los visionarios logran acceder. O las flores, que con su extraordinaria fuerza simbólica, la acercan a otros amantes de la flora: Mercè Rodoreda y Jean Genet. Y el cuerpo, sus vísceras y sus líquidos, que no se relacionan con el intelecto. Marosa vive en un cuerpo de santo. ¿De dónde proviene esta sensibilidad, entre medieval y extraterrenal?, de las mentes aún crédulas del prodigio y de la magia, y de las que menos acceso tienen a las “bondades” del mundo moderno.

 

La poesía de Marosa está íntimamente relacionada con una naturaleza única. Naturaleza exaltada vs. técnica. La aparición de la técnica y tecnología modernas emprendieron un dominio sobre zonas indómitas como el cuerpo, con toda su potencia de símbolos. Marosa no pertenece al mundo de la técnica, su conexión con lo natural la aleja de un tiempo de la técnica, su pertenencia a un pasado mítico o a un mundo poshistórico, la ubica en un umbral. El mundo del capital y la técnica moderna adaptaron el cuerpo al trabajo, y hoy, al ocio y entretenimiento; alejándolo cada vez más de la experiencia trascendente, lograda muchas veces a través del hambre, el dolor físico, las condiciones climáticas extremas, las sustancias sagradas, todas propicias para la apertura de otros mundos. Presenciamos un tipo de sensibilidad casi exterminado en las sociedades o grupos más cercanos al poder tecnológico. Asistimos a un proceso modernizador de la vida cotidiana que va transformando los procesos del sentir y el percibir. La sensibilidad contemporánea es aséptica, se complace en el confort y la seguridad. Los sentidos se han atrofiado para dimensiones que trasciendan lo obvio, y la tecnología constituye la influencia determinante en nuestras sociedades para la transformación de la sensibilidad.

 

En sus recitales-performances, —que a diferencia del arte contemporáneo, y su demanda de trabajo intelectual o al menos su presunción—, Marosa proviene de zonas más profundas, más arcaicas, cercanas a la experiencia mística. Su vestuario, maquillaje, accesorios y puesta en escena, delatan su afición por el teatro, pero no se perciben como una impostura o un disfraz. Su canto es el canto de los poetas, la voz que nos lleva al encuentro de los dioses. La elevación de un mundo propio, en ruptura con el mundo ordinario, necesita algo más que el esfuerzo intelectual para que sea auténtico.Para los académicos, Marosa se nutre de influencias simbolistas y surrealistas, pero su sensibilidad se aproxima sobre todo a la religiosidad popular, a la chacra, los animales y la vida rural. En lo popular, lo tecnológico puede ser llevado al pasado mítico, porque lo popular contiene una fuente impura capaz de contaminarlo todo. La palabra del poeta expresa un mundo, enfrentado al mundo reglamentado; la palabra no puede ser tratada como una autorreferencia, porque en las luchas del lenguaje se enfrentan contenidos concretos.

 

La obra de Marosa es una referencia imprescindible para el performance contemporáneo y los actuales estudios sobre el género y el cuerpo; o simplemente para aquel que desee acercarse a olvidadas regiones del espíritu. Porque su obsesión por los brillos y piedrecitas que alumbran, y carnes y sangres, y tantas y tantas flores, hacen que la poesía de Marosa sea como acudir a ver un milagro.

 

Tratado del Querubín

(Marosa de Giorgio)

 

Domingo a la tarde, y voy por el huerto sin recordar cómo salí y llegué hasta acá. El cielo es de oro, deslumbrador, y de los naranjos caen frutas y flores. Trepo a uno, según mi costumbre antigua. Estoy un rato. Los pájaros saltan de rama en rama. Desciendo. Subo. Tomo una fruta. Al bajar, ya veo un cadáver. Vestido y tendido. Y más allá, otro. Y otro. Por todos lados, aparecen. Vestidos y tendidos. Y cada uno con el hígado destrozado o el corazón. Pero ¿quiénes son? Acaso, no me percaté y hubo una rápida guerra? En puntas de pie, voy hacia la casa; desolada paso el jardín de celedonias y “conejitos”. Adentro, no queda nadie. Voy a gritar; para qué, si nadie oye. Algunas mariposas chocan en los vidrios. Sobre la mesa hay un álbum que no conocía; al entremirarlo, veo dibujada la batalla, los cadáveres y las plantas. En blanco y negro. Y en colores. La noche cae de súbito; las luces se encienden solas. Y aparecen más cadáveres entre las plantas.

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