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Ecuador, 24 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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De las palabras a los hechos

Los textos y el equipo

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La semana pasada hablé sobre la necesidad de que los participantes de la cadena editorial sean conscientes de su propia importancia y de la de los otros participantes dentro del proceso de creación de un texto. Seguramente, no son muchos los lectores que conocen a fondo las dinámicas del proceso que debe cumplir un texto antes de ser publicado. Esto no es culpa de los lectores (ni de nadie), pues ocurre lo que siempre pasa con cualquier tipo de productos: nos fijamos en el resultado y pocas veces nos cuestionamos acerca de cómo llegó ahí. Aunque suene muy mercantilista, el texto también es un producto que, de una u otra manera, se crea para ser consumido por alguien. Lejos de todo romanticismo, el autor siempre escribe para que lo lean y por eso su producto tiene que ser el mejor, destacarse, no parecerse a nada.

Obviamente, para que un texto sobresalga entre tantos otros, o cumpla su objetivo de ser leído y comprendido adecuadamente, tiene que estar bien escrito. Y muchas veces no es el autor, precisamente, quien logra este objetivo. Los autores son quienes aportan con sus ideas, con su originalidad, con su estilo, pero en muchas ocasiones, esta creatividad no es sinónimo de escribir bien. Como correctora y editora, en muchas ocasiones he tenido que desenmarañar textos completos para lograr que se entienda lo ininteligible, siempre trabajando hombro con hombro con autoras y autores.

Algunos aceptan trabajar en equipo, pero otros no, y curiosamente quienes tienen más cuidado en el momento de escribir son quienes aceptan que no están solos en el proceso de producción.

Siempre es necesario, al escribir un texto, tener en cuenta la importancia de que alguien más lo revise, pues siempre, aunque se trate de un escritor brillante, hace falta una visión fresca y alejada de la emotividad.

Aparte de que el texto esté bien escrito, debe ser atractivo y ‘amigable’ para la lectura. Es aquí donde participan diseñadores y diagramadores. Son ellos quienes tienen los conocimientos necesarios para que los textos lleguen a atraer al lector. Mediante el trabajo de diagramación y diseño el texto va tomando forma física, pues en esta etapa del proceso se decide qué clase de tipografía es la adecuada para transmitir el mensaje, cómo van dispuestos los capítulos, cómo se adecúa el texto en la colección o en el contexto en que se lo publica, etc.

En fin, son muchas cosas pequeñas en las que deben fijarse quienes cumplen con el papel de diseñar y diagramar. No se trata únicamente de ‘meter’ el texto en un programa de diseño o, peor aún, en una plantilla del procesador de textos, como corregir tampoco es únicamente ‘pasar’ el texto por el corrector ortográfico; se trata de un trabajo meticuloso y muy bien pensado, para el que hacen falta mucha preparación, sentido común y amor por los textos.

Dentro del proceso editorial, quien se encarga de coordinar el trabajo es quien edita. El papel de editoras y editores es indispensable, pues son ellos quienes supervisan el proceso desde el inicio hasta el final. Si bien todos los participantes de la cadena deben estar conscientes del papel que cumplen los otros y conocerlos, al menos de una manera básica, quien edita debe conocer todo el proceso, es una especie de director de orquesta. Y su labor no solo se circunscribe a conocer sobre lenguaje y diseño, también tiene que ver con cuestiones administrativas, de promoción, etc.

Como vemos, crear un texto no es cuestión de soplar y hacer botellas, es producto de un trabajo en equipo, y mientras más unido sea el equipo, el producto es mejor. Por eso, si un texto le llega al alma no se lo agradezca solo al autor, piense en todos quienes hicieron posible el sentimiento.

 

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