Heloísa Passos: «No podemos despolitizar el amor, los afectos»
Hace diez años, la cineasta brasileña Heloísa Passos (Curitiba, 1967) recibió un regalo de un amigo de su padre. Era una colección de rollos de una cámara Súper-8 con imágenes de Sete Quedas, un municipio lleno de cascadas furiosas ubicado en la frontera de Brasil con Paraguay.
En 1987, la dictadura civil-militar utilizó 58 toneladas de dinamita en el río Paraná para construir la mayor hidroeléctrica del mundo, la Itaipu. Así, la geografía y el ecosistema original de Sete Quedas desaparecieron, y ahora solo hay un «desierto de agua», como Heloísa llama a ese lugar poblado de vastos árboles muertos.
Aquellos rollos que la cineasta recibió se asemejaban a su memoria, una que se revelaba incompleta, rota, como si estuviera sumergida en esas cascadas desaparecidas. Heloísa –a partir de esa relación con la naturaleza alterada por la modernidad– decidió buscar a su padre Álvaro, quien era un ingeniero civil que trabajó durante la dictadura brasileña, iniciada en los años sesenta.
«Él no construyó la Itaipu, pero bien pudo hacerlo», dice Heloísa al inicio de Construyendo Puentes, su primer largometraje documental que se presenta en el Festival de Cine Documental EDOC y que muestra la relación conflictiva entre un padre conservador y una hija de izquierda.
Él prefiere la cerveza y ella el whisky. Él habla de «revolución» y ella de dictadura. Él dice impeachment y ella golpe (en relación a Dilma Rousseff). A él le encanta el pastel de calabaza y ella lo detesta. Él es un maestro en el tenis de mesa y ella también. Ella grita y él calla.
La película marca un itinerario íntimo entre un padre y una hija que – aunque se contradicen– se escuchan. Esta es la historia de una familia, pero bien podría ser un relato mayor, el de un país polarizado, herido, que necesita tender puentes para sanarse.
En su primera visita a Ecuador, Heloísa Passos presentó su trabajo en Quito y Guayaquil, recomendó la película De padres e hijos, de Talal Derki.
La película se estrenó en nueve ciudades de brasil el pasado mes. la directora brasileña ha realizado diversos conversatorios antes de cada proyección. Fotograma
Tu película empieza con la imagen de una naturaleza agresiva que luego fue alterada. Después, la cámara muestra una agreste desolación. Es como si la geografía de lo que presentas fuera un símil de tus sentimientos.
Sí, y después los sentimientos se vuelven más y más transparentes. Destruir algo antiguo para construir algo nuevo es muy agresivo, y así es el sistema capitalista en que vivimos. Explotar un río para construir una hidroeléctrica es un acto de progreso, pero también de destrucción.
Cuando sucedió esa explotación yo tenía 15 años y no conocía ese sitio, pero me hablaban mucho de él. Tengo memorias afectivas de un lugar que no conocí. En el proceso de hacer la película descubrí cómo la pérdida de un paraíso como Sete Quedas me conectó con pérdidas de mi infancia y con pérdidas que son tan comunes en este sistema capitalista que vivimos nosotros.
Esa palabra que usas, agresivo, es importante. El sentimiento de pérdida es agresivo. Cuando se hacen obras monumentales hay una gran pérdida: las personas migran, se desplazan. En Brasil tenemos muchas hidroeléctricas porque hay demasiados ríos y los gobernantes brasileños están muy orgullosos de eso porque dicen que es energía limpia, aunque tenga impactos. Pero la película no es sobre eso, el corazón de esta cinta es la relación con mi padre. Esa situación me mueve a aproximarme a mi padre, que para él construir significa destruir.
Las posturas de tu padre llegan a exasperarte tanto en el documental que apagas la cámara.
Sí, pero más que su opinión, me incomodaba su serenidad, como si esa destrucción fuera normal. Esa serenidad es sinónimo de autoritarismo, el propio silencio de mi padre es autoritario.
Cuando la naturaleza te remitía a esos recuerdos incompletos, ¿por qué recurriste a la figura del padre para revelar esas fisuras?
Empecé la película haciendo un trabajo contemplativo. Era un filme fotográfico en el que escuchaba a las personas que vivían en los sitios inundados, que llamo «desierto de agua». Incluso empecé la película con ese nombre. Sin embargo, entre esos viajes iba a la casa de mis padres, en Curitiba, empecé hablar sobre «desierto de agua».
En medio de esas conversaciones sobre este país con esas construcciones durante la dictadura civil-militar, surgió Construyendo Puentes, que para mí es como una oportunidad de hablar de historias familiares, de un micromundo que habla de un macromundo, de una historia social, de un país. Esta construcción de puentes que ha hecho la película me ha transformado en una mujer con más coraje, y eso me interesa en el cine.
Soy una cineasta que trabaja con ficción documental y filmes experimentales, pero esta experiencia de adentrarme en mi historia familiar fue un regalo que yo creé para vivir un tiempo con mi padre, un tiempo de cine. En el tiempo de cine yo tengo otro tiempo con mi padre, que no tengo en mi vida diaria. Es un tiempo extendido. Cuando dos personas están disponibles para hacer algo de cine, para mí es como si fuera una declaración de amor de mi padre a la película y conmigo.
¿Qué tan complejo fue pasar de la ficción al documental?
Lo que me fascina de hacer documentales es que debes tener el corazón abierto para lo que va a suceder, para lo que no está en la cabeza. En una escena del filme yo quería proyectar unas fotos de la construcción de una carretera de la Amazonía, pero mi padre no estaba de acuerdo y quería ver la televisión.
Y eso fue maravilloso, porque cuando prendimos la televisión sucedía la prisión preventiva de Lula, que activa otro debate [Él está de acuerdo con el juez Sergio Moro y ella cree que la prisión es una operación política para bloquear a Lula en las elecciones]. En la ficción tenemos que preparar todo y hay esta obsesión por los controles, en el documental no pasa nada de eso. Lo que me encanta del cine documental es la búsqueda de cosas que luego no dejan de transformarse.
Luego de esta experiencia con tu padre, ¿cambió algo de ti en términos ideológicos o afectivos?
¿Qué nos salva a nosotros, a los seres humanos? El afecto. No podemos despolitizar el amor. Amar también es un acto político. Construyendo Puentes me transformó porque paso a tener una mirada más afectiva, cariñosa, por más que en la película me enojo y contesto todo. Y el afecto es algo que está faltando en la política mundial, porque nosotros no solo somos números, somos personas.
El mundo está enfermo por falta de afecto. Esa guerra del sistema capitalista es horrenda. Cuando estoy con mi padre contesto mucho porque no soporto su posición tan normalizada ante ciertos hechos.
Aunque la película tiene un marcado tono gris, al final se revelan imágenes de archivo llenas de color. ¿Es una forma de reconciliación?
Este encuentro, esta reconciliación que llamas, estas fotografías con colores saturados por supuesto son momentos de alegría. La felicidad son momentos. No hay vida feliz.
Frente a la actual coyuntura política de Brasil, ¿cuál es tu perspectiva?
Nosotros en Brasil, las personas de izquierda en mi país, tenemos que buscar fuerzas para unirnos porque estamos en un momento tenebroso, sombrío, triste. Estamos perdiendo la frágil democracia que tenemos. Esta prisión de Lula es una cosa muy política, es una estrategia para mantener a este hombre, este líder fuera de las elecciones de 2018. Y yo soy muy transparente en el filme sobre ese tema.
Nosotros ahora tenemos elecciones en octubre de 2018 y estamos con un sentimiento de pérdida. Pero aun cuando tenemos esa sensación de pérdida, lo importante es no sentirnos derrotados. El proyecto de Lula tiene cosas admirables y muy problemáticas también, porque no ha hecho una reforma tributaria. Mi mayor crítica se enfoca en que, para mantenerse en el poder, Lula ha hecho muchos acuerdos con grupos económicos, sectores políticos; y creyó que así seguiría, pero ya vemos lo que pasó. (I)
Heloísa Passos es directora, productora y miembro de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. ha dirigido varios cortometrajes documentales. Foto: Marco Salgado / El Telégrafo