Escritoras para la literatura mexicana
Es fatal ser un hombre o una mujer pura simplemente; hay que ser viril-mujeril o mujer-viril. Es fatal que una mujer acentúe una queja en lo más mínimo; es fatal que defienda cualquier causa hasta con razón, o que hable deliberadamente como mujer. (…)
Señoritas, les diría yo, y escúchenme bien, pues la peroración ya empieza, en mi entender todas ustedes son vergonzosamente ignorantes. Jamás han descubierto nada que valga. Jamás han sacudido un imperio o capitaneado un ejército. Los dramas de Shakespeare no los escribieron ustedes, y nunca han introducido en un pueblo bárbaro los beneficios de la civilización. ¿Qué disculpa tienen?
Virginia Woolf, Un cuarto propio, 1929.
Por Ileana Vargas
Es cierto que las actividades realizadas por las mujeres en México y en el mundo han ganado su espacio y reconocimiento sorteando diversas dificultades y obstáculos de índole académico, profesional, burocrático, social, económico, histórico; en fin, todo término que pueda incluirse en la sonadísima –y al parecer interminable- “lucha de géneros”. Sin embargo, también es cierto que la masculinidad o feminidad del escritor es inherente a su creación, si tomamos en cuenta que ese proceso es el resultado de la transformación, en un lenguaje particular y único, de lo que el escritor percibe, codifica y transcribe: la creación es una extensión del ser humano que la ejecuta. Si este ser humano no tiene que asumir que es hombre o mujer al comer, al dormir, al bañarse, o al ejercer cualquiera de sus actos cotidianos, ¿por qué habría de ser necesario que lo asuma constantemente en su obra?
En cuanto a la literatura mexicana, y específicamente la generada después de mediados del siglo pasado a la fecha, es posible notar una debacle en la escritura hecha por mujeres debido a un error que considero grave y que se ha convertido en una tendencia popular: la mayoría de las autoras antepone la importancia de su género sexual al de la escritura, y se interesa más por vender la idea de “soy mujer y también tengo derecho a escribir” que por estructurar una obra que sea digna de leerse no sólo en los núcleos de amigos y familiares, sino en todo el país, e incluso en el extranjero.
Por ello creo que es indispensable hacer una clara diferencia entre 1) los intereses y alcances del discurso feminista; 2) la literatura conocida como femenina, y 3) la literatura que se genera en distintas zonas del país, en la que intervienen hombres y mujeres en el acto de escribirla.
Entonces:
1) Los principales planteamientos del feminismo se sintetizan en la búsqueda de un trato en igualdad de posibilidades en el desarrollo individual, espiritual, social y profesional entre el hombre y la mujer; recuperando así los derechos y la libertad que, desde los tiempos de Adán y Eva, le fueron arrebatados a las mujeres al convertirlas en seres serviles para satisfacer los propósitos concretos e inmediatos del hombre, principalmente, la reproducción de su descendencia.
2)La literatura femenina en Latinoamérica surge en el siglo XIX con la finalidad de darle fuerza a las distintas voces narrativas, poéticas y periodísticas de escritoras que en aquella época tenían el objetivo de difundir las diversas facetas que constituían la imagen femenina: algunas abnegadas y sufridas madres y esposas engañadas; otras, en la confrontación del deseo sexual, el enamoramiento, la culpa, el desengaño y la desesperación; otras, rebeldes contra la opresión y la discriminación social, acuden a lecturas y educación autodidacta; otras, hartas de los maltratos físicos y psicológicos de sus maridos, se aventuran al divorcio y al estigma que ello significaba en esa época. En suma, todo un panorama que muestra las distintas gamas y tipos de vida que puede tener una mujer según su condición social, económica e incluso política, dependiendo, todo ello, de las circunstancias históricas y culturales del país en el que se desenvuelva.
3) Ahora bien, para desarrollar este punto, es conveniente hacer algunas aseveraciones sobre los puntos anteriores. Evidentemente, tanto la literatura femenina del siglo XIX, como el feminismo desarrollado durante la década de los setenta del siglo XX, fueron sucesos necesarios para llamar la atención de las sociedades del mundo sobre un problema erróneamente canalizado hacia la mujer: la desigualdad, la injusticia, el abuso, la opresión y la discriminación (por mencionar los elementos más discutidos al respecto). Estos son parte de la condición humana, y aunque se han ejercido por igual entre hombres y mujeres, las mujeres han sido visiblemente las más afectadas en el desequilibrio que ha ocasionado la lucha por el poder a lo largo de la historia de la humanidad.
Se entiende, pues, que ambas –el feminismo y la literatura femenina– surgieron con un propósito específico que, aunque no se ha cumplido por completo, por lo menos ha logrado avances concretos para las mujeres de las clases sociales media y alta, que en su mayoría son quienes encabezan estas organizaciones: pueden vivir solas, ser autosuficientes en el aspecto económico e incluso sexual, cursar estudios de licenciatura y posgrado, obtener puestos de alto mando, ser competitivas, mantener a una familia, dedicarse a viajar por su cuenta; en fin, una lista considerable de soluciones que responden a las exigencias planteadas desde el siglo XIX.
Sin embargo, cabe preguntarse también: ¿para qué quieren esta igualdad, este poder, esta capacidad las mujeres? ¿Qué es lo que subyace en la exigencia de acceder al derecho libre de ejercer el poder, la violencia, el cacicazgo, el amiguismo, la discriminación? ¿De qué manera el acceso femenino al monopolio masculino genera un verdadero cambio en la industria o en el ámbito del que se trate, si no aceptamos que, en realidad, otra vez, quien gobierna es la condición humana de la conveniencia y el interés particular de quien esté al mando? Y concretamente –y lo más importante–: si estos problemas no parten de la literatura, ¿por qué insertarlos en ella y sobre todo en una literatura que, como la mexicana, está todavía en la búsqueda y asimilación de un conjunto de voces y elementos que definan y confirmen su identidad?
Ahí está la clave para desarrollar el punto 3 arriba mencionado: la literatura mexicana sufre de una sobrepoblación de escritores entre los que se cuentan los del mainstream institucional y los del mainstream alternativo, pero carece de una o varias propuestas capaces de darle un rostro con el que se le identifique en el exterior. Y a esta carencia se suma la actitud o postura de las féminas con pluma aferradas a demostrarle a todo lector y oyente que se lo permita, que son mujeres, que les arde el sexo o que medio se mueren de frío entre sus sábanas, que miran llover por la ventana, que son capaces de observar detalladamente todo lo que hay en el Sanborn’s o en cualquier centro comercial, que mueren de amor por hombre o mujer inalcanzable, que son capaces de engañar si las engañan, de golpear si las golpean, de gritar si les gritan, de cometer crímenes harto complicados… En fin, vivimos en el siglo XXI y las mujeres siguen proclamando la libertad sexual, la libertad de expresión, el derecho a la autonomía femenina, el derecho o la condenación al aborto, el derecho al poder, el derecho a todo lo que las iguale positiva, o negativamente, al hombre. Pero, ¿alguna mujer se ha promulgado no por el derecho, sino por el deseo de ser una escritora capaz de diferenciarse a todo este discurso que supuestamente por ser mujer está obligada a abordar? O mejor aún, ¿alguna mujer ha decidido plantearse y plantearnos una propuesta literaria auténtica y ajena al tratamiento de tanto cliché?
De hecho, sí. Y ocurrió en México, durante la segunda mitad del siglo XX. ¿Quién no ha escuchado nombrar a Inés Arredondo, Rosario Castellanos, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Elena Garro, Enriqueta Ochoa y Josefina Vicens, por ejemplo? Inmediatamente cabría preguntarse: ¿quién ha leído sus obras más allá de lo que suele mostrarse en suplementos y plaquettes?, ¿por qué, a pesar de haber participado (algunas de manera más pública que otras) en el ámbito cultural, literario y académico de su época, de haber trabajado cada una en su propuesta hasta redondearla en el conjunto de su obra, es, recién ahora, que se han realizado estudios y compilaciones de sus trabajos para darles la difusión que en su momento no se les dio? ¿Por qué, a pesar de haber planteado una exploración más amplia de temas, estéticas y formas, pareciera que alguien hubiera cortado, de tajo, el impulso y el camino avanzado por su escritura?
¿Por qué, las escritoras que se incluyen en las generaciones posteriores a ellas, nacidas entre 1940, 1950, 1960 y 1970 (salvo algunas excepciones), regresan a la idea de que es necesario que la mujer exprese sus sentimientos, sus dolencias, sus recuerdos, sus intrigas familiares, “sus deseos más profundos”, sus carencias, sus obsesiones con determinada etapa histórica; en fin, todo lo que podríamos llamar “literatura de mujer casos de la vida real”, y que en realidad sólo a cada una de ellas debiera preocuparle resolver de manera individual, en lugar de utilizar todo ello como ingrediente de receta de cocina para hacer un cuento, una novela o un poema?
Por eso, la idea no es confrontar al feminismo, sino pedir que las escritoras confundidas entre el discurso feminista y la llamada literatura femenina se queden en el ámbito sociopolítico, en la crónica, en el artículo periodístico, incluso en el ensayo; géneros todos ellos con más aptitudes para dar voz a una denuncia o al tratamiento de una monografía especializada, y que las otras, las que son escritoras de nacimiento, se atrevan a desarrollar sus propuestas creativas capaces de lograr una caracterización de literatura mexicana actual.
Y así como existe este tipo de escritura, existe la que bien podría definirse por sus exacerbadas notas machistas, y cabría pedir lo mismo a esos hombres confundidos con sus obsesiones masculinas: que dejen la literatura creativa para los creadores innatos. Y si todo fuera tan sencillo como eso, en un santiamén estaríamos en medio de un caldo de cultivo impresionante para obtener brillos del lodo. Pero, por desgracia, es necesario asumir que la industria literaria no depende tan sólo de la máquina productora de escritores, sino de la mercadotecnia y la manipulación, ya sea masiva o en pequeños núcleos, que se ha encargado de establecer etiquetas y fórmulas para determinar qué autores son imperdibles o indispensables y qué literatura es la que debe adquirirse para pasar un buen rato y estar completamente in en los temas de actualidad: la narconovela, la literatura de la frontera; la literatura de terror y fantasía (donde según sus especificaciones, sólo deben aparecer fórmulas con repeticiones arquetípicas de vampiros, hadas, brujos, magos y fantasmas); la literatura de autoayuda; la literatura histórica; la no-escritura de la era del vacío y, entre otras, la que cumple con las especificaciones canónicas para inscribirse en el rubro de literatura femenina.
Sin embargo, así como existe la obra de las autoras de la generación de medio siglo antes mencionadas, actualmente es posible enlistar algunos nombres de escritoras mexicanas cuyo trabajo creativo o estudioso de lo creativo literario, merece la pena rastrearse, por la sencilla razón de que proponen el rompimiento y la transgresión con las maneras de percibir y transcribir las experiencias cotidianas en sus diversos niveles: Mayra Luna, Guadalupe Nettel, Magali Velasco, Cecilia Eudave, Paulette Jonguitud, Gabriela Damián y Daniela Tarazona, todas ellas, curiosamente, escudriñadoras de un elemento que, a mi parecer, resulta bastante persuasivo, subversivo y atractivo: la literatura de lo otro, de lo raro, de lo extraño, de lo sobrenatural; la que Todorov y sendos teóricos europeos y latinoamericanos nos han explicado que se llama literatura fantástica y que, quizá por surgir de la visita a la otredad de uno mismo, suele ser más auténtica y arriesgada en tanto que deja a la vista eso que uno imagina e inventa… Díganme, si no, ¿qué hay más complicado que exponer y contar cómo ocurre lo imaginado, lo soñado, lo increíble? Al respecto, Gabriela Damián explica: “La literatura mexicana ha estado condicionada a su valor histórico, a su aportación a la lectura de la lucha del pueblo y su devenir. La aproximación fantástica o de imaginación razonada no forma parte de estas prioridades. Esto ha ocasionado que la crítica aviente al mismo cesto de la basura dos propuestas creativas con reglas de juego disímiles, aunque cercanas, y que más autores de los que imaginamos han utilizado para exorcizar precisamente esa realidad entrevista por los noticiarios. Los cánones han sido tan rígidos, ceñidos con el corsé del compromiso social por tanto tiempo, que el panorama de las letras mexicanas tanto para escritores y escritoras noveles como para los lectores, es asfixiante. Por ende, quienes no soportan la asfixia acuden a la literatura fantástica, o la ficción especulativa. Mujeres y hombres con un espíritu que no se somete ni a las leyes de gravedad, ni a las de la escritura convencional”(1).
Ya sólo me resta decir que tomando en cuenta todos los avances en las diversas disciplinas creadas por el hombre hasta el día de hoy del año 2013 del siglo XXI, sería conveniente que una persona que tiene estudios académicos, lectura constante y el ejercicio necesario de la escritura para anunciarse como escritor, fuera consciente de la manera en que su trabajo se convertirá en un elemento indispensable dentro del enorme concepto que conforma la “literatura mexicana”.
Para ello, considero que el escritor debe cuestionarse lo siguiente: ¿existe la literatura mexicana?, ¿cuáles son sus características?, ¿cuáles son sus estructuras formales predominantes?, ¿cuáles son los géneros que más se producen?, ¿cuáles son sus considerados subgéneros?, ¿cuáles son los autores más representativos de tales géneros, según el mainstream oficial y según el mainstream alternativo?, ¿cuáles son las carencias de la literatura mexicana?, ¿cuáles son las propuestas más populares y cuáles las menos visitadas?
Después de cuestionarse y responderse todo esto, sería recomendable que el escritor note qué nombres femeninos hay en sus respuestas y por qué. Entonces, cabría hacerse algunas otras preguntas: ¿qué escritoras mexicanas destacan no sólo en el país sino en el extranjero, y por qué?, ¿cuáles son los géneros que desarrollan, sus temas, sus estructuras formales, su búsqueda, su variedad léxica y sintáctica? Y, finalmente: ¿estas mujeres escriben porque son mujeres o porque cumplen con el sino de la escritura?
1. Gabriela Damián, en “Quizás quiso decir: escritores mexicanos’. Escritoras de literatura fantástica y ciencia ficción mexicana”, Revista Digital Universitaria, 1 de febrero de 2012, Vol. 13, No. 2, 2012 http://www.revista.unam.mx/vol.1/num2/art18/#up
PERFIL
Iliana Vargas
Escritora mexicana de cuentos/no cuentos, apuntes poéticos y observaciones críticas sobre literatura mexicana. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde cursó un Diplomado en Literatura Fantástica y coordinó el Encuentro Multidisciplinario en torno a lo Fantástico.
Estará en Quito, junto al poeta Marco Fonz, viviendo por un año