Personaje
El poeta del fracaso masculino también sabe escribir sobre rock
Sobre la mesa hay tres animales: el que aparece en la caja de fósforos Caballo Rojo, el elefante blanco de la marca de cigarrillos Silver Elephant y el último libro de Fernando Escobar Páez titulado Tu retorno con aliento a biberón, peluche y verga ajena (Cactus Pink/Murcielagario, 2018).
Los elefantes aparecen en manada, en la veintena de cajetillas que ha comprado el escritor y que guarda como provisiones; la cabalgata es un ir y venir de cerillos encendidos; y el libro ha generado un estruendo, como un chillido: en la capital hay a quienes les incomoda que se siga publicando por la crudeza de su contenido (escrito, no solo gráfico). Pero con el autor preferimos hablar de otros sonidos, de la música que, de vez en cuando, lo vuelca a comprarse biografías, reseñas... cualquier título que haga ruido.
¿Por qué dejaste de escribir poesía en 2012, luego de publicar el libro Miss O’ginia (Doble Rostro, 2011)?
Me harté de todo el mundillo literario, me dediqué a escribir de otras cosas, de rock, que es lo que realmente me apasiona; si fuera posible me gustaría ganarme la vida escribiendo sobre eso. La crítica literaria a veces no me interesa, pero me toca hacerla. Tengo en la cabeza publicar un libro sobre Mamá Vudú, es una idea obsesiva, porque es una banda fundacional de este país.
¿De qué forma surgió tu pasión de escribir sobre música?
Vengo de la generación de MTV, de una época en que era gratis y de maravilla, quizá entre 1996 y 1998. Ahí conocí a muchos de mis referentes culturales; la primera vez que escuché de Ernesto Sábato —que en un momento fue para mí un escritor sumamente importante— fue a través de ese canal, en una canción de Los Fabulosos Cadilacs [«Sábato», disco Fabulosos calavera, 1997].
También ahí supe de las Madres de la Plaza de Mayo o del cine de David Lynch. Se trataba de un referente ante el cual coincidimos con Wilson Paccha [el autor de la pintura «Eyaculación precoz» que ilustra su último libro y sobre quien realiza una tesis de posgrado]. En ese momento no había penetración de internet y, por poco, yo no sabía cómo usar la computadora más que como una máquina de escribir, pero eran tiempos de referentes culturales chéveres... y de realities para adolescentes pajeros, claro.
Siempre llevas puesta una camiseta con el logo de una banda de rock [en el momento de la entrevista tenía la palabra Tool en el pecho]...
Aunque sé que en Ecuador nunca me voy a ganar la vida escribiendo sobre ese género. El otro día me decepcioné tremendamente al leer, en un reportaje sobre periodismo freelance, que un periódico británico te paga como $ 200 por artículo: escribirlo me toma unas dos semanas y me gasto plata en libros sobre el tema que son casi una cuarta parte de eso. Aquí se trabaja a pérdida.
¿Qué título quieres tener ahora?
Un libro sobre The Clash, el precio es de unos $ 50, y ya lo reservé porque pienso comprármelo con lo que quede de los libros que estoy vendiendo.
Hace unos años, quizá en 2013, había mejores oportunidades, podía escribir más cosas por mes y sobrevivía porque no tengo hijos ni pago arriendo; pero las cosas han empeorado. Eso sí, voy a colaborar en un nuevo sitio web (Play Guitar Studio) sobre la nostalgia noventera, el punk, grunge, post-punk, esos géneros con los cuales me siento más cómodo e identificado. Esto se trata de un fracaso comercial que apasiona.
¿No hay alternativas para el periodismo musical especializado?
De lo que leí, no las hay casi en ninguna parte, a menos de que seas una eminencia. Y creo que en unos años no habrá periodismo rock porque cada vez esta música pierde terreno frente al reggaetón y ese tipo de mierdas. Por cierto, Don Medardo ha muerto, es una pena, era padre de un excompañero de colegio.
¿Cómo elegiste la música que prefieres y sobre la que escribes?
Eso te sale. El término grunge, por ejemplo, no tiene mucho sentido, obedece más a una posición geográfica que a otra cosa. Ahí se fusionan todas las bandas que se formaron en Seattle (Estados Unidos) sin ton ni son. Soundgarden empezó más cerca del metal, mientras que Alice in Chains hacía cosas desde el glam. Después, por una cuestión demográfica, las disqueras los pusieron bajo una etiqueta que a ninguno de ellos les gusta, es un decir.
¿Cuántos libros de rock atesoras?
Tampoco son tantos, pese a que me ha costado tenerlos. Han de ser unos 40, algunos que mandé traer, como la biografía de The Smiths, Bowie completo... lo primero que hago en una tienda de libros es ir hacia la sección de rock; para mí, estar allí es como entrar a una juguetería.
¿Qué libros musicales recomiendas?
Diarios de Kurt Cobain (Reservoir Books, 2017) tiene unas cosas muy chéveres más allá de la vida del personaje en sí. Por ejemplo, se nota que el tipo tenía su pluma y estaba muy influenciado por William Burroughs. Cómo funciona la música (Random House, 2014), de David Byrne es una bestia de libro, en el que el vocalista de Talking Heads da cuenta que podría dedicarse a la escritura más que a la industria de la música. Pero con el que yo me quedaría es con Nada es verdad, todo está permitido. El día en que Kurt Cobain conoció a William Burroughs (Alpha Decay, 2014), de Servando Rocha, porque recorre una parte de la historia del siglo XX, la contracultura y otros temas que ese periodista español trata en su página web, Agente provocador.
Este periodismo es muy exigente...
Bastante, debes conocer la sociedad en que se generó ese tipo de música, lo económico, político, cultural y literario. Hay que tener conocimientos sobre lo que ocurre en torno a los sonidos, sus perspectivas y legado.
En cuanto a músicos, el compositor Dave Grohl parece estar relegado por el hecho de estar vivo, pese a ciertas genialidades suyas que aparecen de vez en cuando...
Él siempre jugó a su manera. Desde que entró como baterista en Nirvana sabía que quería ser una súper estrella, sabía que tenía el talento para hacerlo, pero también la forma de pensar y disciplina para ello.
Krist Novoselic, el otro Nirvana, en cambio, no tenía ese rigor, por eso no ha llegado a destacar musicalmente después de Nirvana... quizá solo para los fanáticos de culto. De todas formas, Foo Fighters [de Grohl] está más cerca del pop que del rock, es mucho más suave y ni siquiera sabemos qué evolución hubiera tomado Nirvana si Cobain seguía. Sospecho que habría apuntado hacia el folk o hacia lo electrónico y hubieran reducido sus guitarras...
¿Qué conciertos prefieres?
Me gusta aprovechar los que nunca se van a ver acá para viajar. Hace poco fui a ver en Lima a Radiohead, mi banda favorita de todos los tiempos, y la pasé de puta madre.
OK Computer (Parlophone/Capitol, 1997) es el disco que parte la historia del rock en dos —tan relevante como Revolver (Parlophone, 1966) de The Beatles— porque, saliendo del grunge, metieron lo electrónico de una forma tan desaforada y loca que revientan lo anterior, lo mandan a volar. Ahí se rompe el rock de guitarra, el de las grandes bandas y sus solos extensos.
¿Qué otra cosa destacas de Perú y qué conciertos disfrutaste acá?
Como no te requisan los tabacos y te venden cerveza, la pasé muy bien. Lima es lo más accesible para uno y también acá fui a primera fila a ver cosas increíbles, como Morrissey o a Paul McCartney. También me he decepcionado, como con Marilyn Manson, la vez en que escribí por primera vez para EL TELÉGRAFO y hubo un retraso de tres horas para su show acartonado, esquemático, plano y el huevas mostrando la banderita de Ecuador... ¿dónde está el deber del monstruo que se ha convertido en cliché, en mascota de En Corto? (ríe)
Alguna vez escribiste sobre los villanos del fútbol...
Porque surgió en lugar de hablar sobre Kaviedes. Ahora, Luis Suárez me parece un tipo luchador con una historia de ternura y a Ramos ojalá le rompan las piernas por maldito. (I)
El escritor, un beatlero confeso, prefiere el post-punk de bandas como PIL.