Enrique Vila-Matas: la voluntad de vivir una vida diferente
En los años setenta cuando el joven Enrique Vila-Matas trabajaba en Fotogramas, revista española dedicada al cine, recibió por encargo traducir una entrevista realizada a Marlon Brando. Como él no deseaba que su directora se enterara de su desconocimiento del inglés y de que, por tanto, no podía traducirla, optó por inventársela.
Esa vocación por crear para acercarse a la verdad, es quizá una constante en la obra de este escritor nacido en Barcelona en 1948. Lo es también su búsqueda insaciable por descubrir nuevos elementos, emociones, argumentos, elementos presentes en la arquitectura de su narrativa.
Su primera novela, originalmente titulada En un lugar solitario, fue escrita en 1971 mientras realizaba su servicio militar en Melilla. De ahí en adelante, su vocación por la escritura lo llevaría por distintos lugares y personajes, como su buhardilla en París, alquilada por Marguerite Durás.
Dirigió además dos cortometrajes: Todos los jóvenes tristes y Fin de Verano. Las siete películas en las que participó como actor, fueron censuradas por el Franquismo.
Su relación con Latinoamérica, su reflexión sobre la escritura y el escritor, su vocación vital por la literatura, se acercan a nosotros en esta entrevista.
El título original de su primera novela En un lugar solitario, parece la representación de su propio punto de partida en la escritura: un lugar apartado del revestimiento de una tradición local. ¿Mirar hacia afuera es un paso decisivo para emprender su búsqueda?
Me sentía solo y escribía poesías sobre la soledad, algo muy típicamente adolescente. Quizás por eso me gustó el título de aquel film de Bogart, En un lugar solitario. Ese título contenía, además, mi deseo, mi impulso –muy fuerte en aquellos días- de ser diferente; de ser distinto a todos a la hora de escribir.
En mis primeros años como escritor me guió el deseo de ser extremadamente original, algo que tenía muy a mi alcance, pues apenas había leído cuatro libros de poesía y, aunque no lo sabía, no tenía ni idea de qué era una novela.
Esa mirada parece poseer una sed especial por el descubrimiento. La veo en su etapa de director de cortometrajes, en su etapa de actor. ¿El encuentro con otros géneros ha sido intencional, en la medida en que repercute en su literatura?
Me ha interesado siempre el descubrimiento, ir a la búsqueda de lo nuevo; me aburre lo que ya conozco, me encanta lo que me sorprende. Y la vida está llena de cosas que pueden maravillarnos, sorprendernos. El encuentro con otros géneros fue casual, creo. Me los encontraba en el camino. Todo lo que encontraba, servía; me lo hacía mío. Como me dijo Salvador Dalí en la entrevista que le hice en 1980 en Cadaqués: “Soy fenicio, me aprovecho de todo”.
Pensarle como actor en siete películas que, seguidamente, serían censuradas por el Franquismo, me lleva a pensarle también como un joven que sueña con ser escritor desde su buhardilla en París. ¿Hay una tenacidad especial que le lleva a elegir la escritura como forma de resistencia?
No. Creo que era solo una cuestión de supervivencia. Mientras me creía o pensaba a mí mismo como escritor, me sentía vivo. Muy posiblemente, la tenacidad vino mucho después, cuando ya había publicado varios libros y en mi país alababan tonterías de otros escritores de mi generación y a mí me trataban mal. Empecé a decirme: “¿No os gusta lo que hago o no lo comprendéis? Pues os vais a enterar, porque voy a insistir en lo mismo y cada vez de forma más feroz”
Está seguramente hablando de un tiempo anterior a toda la atención que despliega sobre usted la aparición de Historia abreviada de la literatura portátil (1985). ¿Qué logra arrancarle a ese tiempo?
Me gustaría decir que fue “tiempo de aprendizaje”, pero no puedo afirmarlo porque actualmente sigo aprendiendo. Es más, últimamente aprendo más que en toda mi vida. La literatura se ha vuelto para mí más apasionante que nunca.
Moverse entre la ficción y la realidad propone, a más de una tensión en la construcción de la historia, una tensión en el lenguaje de esa construcción. ¿Esa tensión se resuelve en su escritura?
Si se observan mis primeras piezas con matices supuestamente autobiográficos, se verá que se nota que invento mucho, que la ficción se cuela de un modo muy obvio en lo que cuento, se ve que exagero, que le añado color a una situación vivida, etc. Pero, llegado un momento, mejoro la fórmula que mezcla realidad y ficción y todo empieza a encajar. Creo que eso ocurrió en París no se acaba nunca y lo perfecciono en una de mis piezas favoritas, ‘Porque ella no lo pidió’, el relato que se encuentra al final de Exploradores del abismo.
Esa fórmula feliz reaparece en mi reportaje literario sobre mi participación en la última Documenta de Kassel, a la que fui invitado a participar como “writer resident” en un restaurante chino de las afueras de la ciudad alemana: una experiencia desazonante. El libro (Kassel no invita a la lógica) se publicará en Seix Barral en febrero-marzo de 2014.
Dándole vuelta a la pregunta anterior: el lenguaje es, en cierta medida, una limitación al momento de crear. Superarlo puede tener que ver con alimentarse de muchas voces. Abrir un espacio para el intertexto, “construirse en base a los demás hombres”. ¿Hay una identidad propia debajo de esa construcción?
Vida y literatura se confunden en todo lo que hago y entre ellas dos van construyendo mi identidad propia. Pero esa identidad la cuestiono a cada momento, porque nunca me olvido de una sensación que tuve un día y que se resiste a ser teorizada: la sensación de que en el instante más afortunado el yo desaparece parcial o totalmente. Quizás por eso, a cada momento, vuelvo a empezar, y la libertad me arroja a lo abierto y me hace ver que no estoy confinado sencillamente en un ser, sino que tengo que ir produciendo, por medio de libre espontaneidad, un nuevo ser impredecible.
La mirada hacia afuera otorga un oficio de búsqueda a su lectura, a su escritura. En Latinoamérica autores como Piglia, Bolaño y Pitol, entre otros, parecen empatar con esa vocación. ¿Qué encontró del otro lado del Atlántico?
Como se sabe, conecté antes con la literatura latinoamericana que con la española, tal vez porque en México fue recibida mi obra –empezó con un artículo de Christopher Domínguez Michael en la revista Vuelta que dirigía Octavio Paz- con un interés que no había yo percibido en mi tierra. En todo esto, fue decisivo el magisterio del genial Sergio Pitol. En lo que se refiere a Ecuador, llegué a la literatura de Pablo Palacio gracias a la intervención de Leonardo Valencia, mi vecino en Barcelona durante unos años.
En El viaje vertical (Premio Rómulo Gallegos, 2001), Federico Mayol se enfrenta a una incertidumbre: comenzar una vida cuando esta casi termina. Pienso en esa acción y su similitud con la reescritura: un texto nunca estaría acabado, siempre habría algo más. ¿Se inventa una nueva voz cuando se reescribe?
En efecto, nunca uno de mis textos está del todo acabado, sino en manos de sus lectores, y siempre –absolutamente siempre- hay algo más. En la reedición de Seix Barral de El viajero más lento hay un prólogo mío que habla de esto de un modo ciertamente distendido: El arte de no terminar nada.
La convivencia con el ensayo, la narrativa, la autobiografía, generan una atmósfera que constantemente transita entre la ficción y la verdad. Sin embargo, también podría constituir un riesgo: sentenciarse como anécdota. ¿Cómo asume ese reto en su escritura?
No está mal que más allá de nuestra lectura, sigamos creyendo en lo que hemos leído, igual que hacemos con Hamlet, por ejemplo, al que pensamos como un ser real. Yo nunca cuento cosas que no sean verdad. Dicho de otro modo: son verdades literarias muy profundas.
La ironía, como forma de darle otra perspectiva a la realidad, ocupa un lugar propio en su obra. ¿Significan esos momentos de ironía una forma de reprocharle deudas a la honestidad?
Foster Wallace decía que nos habíamos sobrepasado los posmodernos con tanta ironía y proponía volver a Dostoyevski. Dijo esto muy en serio, pero cada vez que leo su propuesta la leo irremediablemente como una propuesta irónica.
Hay una atención especial por la poesía en su búsqueda. El tránsito entre distintos registros poéticos, como lector, se siente enla arquitectura de su obra. ¿La imagen poética, como condensador de sentido cultural, es en esencia parte importante al momento de narrar?
Está en Bolaño. Sin tener a la poesía al menos en el fondo de tu capítulo de novela, no hay narrativa con un mínimo de interés.
Recordaba a su cuento Sucesores de Vok como una parodia a los escritores quizá, más influenciados por su obra.
¿Reconoce en esa influencia algún peligro?
No hay que dejarse influenciar por mí. Pero si, a pesar de mis advertencias, alguien quiere que yo le influencie, limítese a buscar la Gran Voluntad que dice Alan Pauls que anima todas mis ficciones: la voluntad de vivir una vida diferente.
PERFIL:
Enrique Vila –Matas (Barcelona - 1948) es una de las voces más importantes en la narrativa actual. Ha publicado cerca de 37 libros entre los que constan novelas, cuentos y ensayos. Su obra El Viaje Vertical, recibió en 2001 el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, sumándose este, a más de una decena de reconocimientos alrededor del mundo.