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El Telégrafo
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China un gigante que acoge (Galería)

China un gigante que acoge (Galería)
25 de enero de 2015 - 00:00 - Karla Pesantes

China es un país de contrastes. Por un lado el smog de Pekín (también conocido como Beijing), la urbe más poblada del mundo (20 millones de habitantes), no deja ver el horizonte. Por el otro está la señora del pequeño quiosco q quien no le importa trabajar toda la noche y que con una sonrisa atiende al cliente, quien a la 02:00 baja del hotel a pedir un café caliente.

Lin tiene arrugas en sus manos, pero no en el rostro. La alimentación de los chinos, basada en arroz sin sal y mucho té verde, les permite conservar un cutis terso. Sus manos la delatan. Habla un inglés pausado y viste un abrigo de colores, guantes, bufanda que cubre su nariz y una frazada encima. Después de todo la temperatura en el invierno de Beijing baja hasta 12 grados bajo cero. Es lunes y Beijing amanece con smog, frío y con los árboles sin hojas por el invierno. Cientos de pinos con un verde marrón tratan de pintar el paisaje, pero nada de rosas. Estas se guardan hasta la primavera y el verano, las 2 épocas más idóneas para visitar China según recomiendan las agencias de viajes. Seguro y habrán leído ya de la China contaminada, y esto no es accidente.

La contaminación atmosférica le cuesta hasta $ 300 mil anuales al gobierno chino, en atención médica y campañas de remediación ambiental. Hay planes de aliviar la situación, pero en un país de 1.300 millones de habitantes y más de 100 millones de autos, los resultados ecológicos demoran un poco. ¿Llevar una mascarilla? Es lo que aconsejan los agentes turísticos, y tienen razón. Después de caminar por algunos minutos en el distrito financiero y comercial de Guangzhou una extraña sensación llega a la garganta, a la nariz y luego a los oídos. Quizás sea el polvo o el humo que emanan los vehículos.

Lo cierto es que tras varios días en Pekín el smog se convierte en un acompañante más del viaje y es casi imperceptible. La curiosidad y los centenares de colores y olores copan la atención, olvidando casi por un instante que la capital asiática es una de las más contaminadas del planeta. Hace frío y un viento helado recorre. Si visita China en invierno es indispensable usar ropa térmica, buenos zapatos, bufanda y gorro. Los chinos occidentalizados, los más jóvenes, les dirán que hoy hace menos frío que ayer.

“El invierno es solo un asunto de salir bien abrigados y listo. Mi consejo es que caminen, la mejor manera de conocer Beijing es caminando”, cuenta Long Hui, un empleado en una financiera y estudiante de MBA.

Long, cuyo nombre significa ‘próspero’, es de mediana estatura, cada hebra de su cabello cuidadosamente peinada hacia atrás, y vestido con un terno oscuro. Habla un inglés con acento británico y no se desprende de su teléfono táctil. Es el prototipo de la juventud china de hoy.

Los mayores de 30 años casi no hablan inglés, a menos que sean comerciantes. Ese quizás sea el primer obstáculo en su visita: el idioma. Lo ideal es aprender algunas palabras básicas en mandarín y tratar de ser amable con los ciudadanos chinos. Es más, las agencias recomiendan nunca hablarles de temas personales, no saludarlos con besos y abrazos (al estilo afectuoso de los latinoamericanos), y no darles la espalda porque lo considerarán descortés.

El consejo de Long es válido. Caminar es estratégico para conocer más de las costumbre chinas, se aprende a reconocerlos y saber por qué corren al cruzar las calles, aún cuando el semáforo está en rojo. Las distancias en Beijing son enormes, pero solo caminando es posible llegar hasta los famosos mercadillos de artesanías, seda, té y más. Una cita obligada es el Mercado de la Seda Xiushui, abierto hasta las 21:00 y donde regatear es todo un arte. Los comerciantes harán hasta lo imposible por venderle algo, al precio más bajo, y usted terminará preguntándose si realmente obtuvieron ganancias o no con la venta. El mercado de artesanías y antigüedades de Panjiayuan es otra visita en el itinerario de compras, aunque las rebajas son menos usuales.

Otro atractivo de Pekín, más allá de los rascacielos que verá en el centro de la capital, es su lado tradicional. En especial visitar los hutong o barrios antiguos con casas bajas que aún se conservan en las afueras de la ciudad. En el centro la mayoría son edificios de condominios con cientos de ventanitas y ropa tendida.

De excursión por el ícono cultural

Más de 30 millones de chinos murieron tratando de construir la Gran Muralla China. A pesar del contexto triste detrás de su construcción ir a este lugar es indispensable. Se ubica a unos 90 km del centro de la ciudad, es decir 1 hora y 30 minutos de viaje en bus. Pese a tener más de 8.000 km de longitud, solo unas pocas zonas son aptas para visitar.

La más conocida y abarrotada por turistas es Badaling, pero también se puede conocer los tramos de Juyongguan, Simatai, Mutianyu y Jinshanling. Antes de subir por la muralla encontrará una docena de tiendas con artesanías, en algunas de ellas puede grabar su nombre en mármol con la foto de la Muralla China de fondo.

Subir hasta el final del tramo de Badaling es toda una hazaña. Los escalones son empinados y muy exigentes, pero llevaderos. En cada descanso hay una vista maravillosa, pinos, árboles y la contemplación de un monumento al trabajo. ¿Por qué visitarla? “Es el lugar más emblemático de China y un ícono cultural que te hace entender la realidad de porqué son potencia”, dice Ricardo Guerrero, un turista español que llegó a Beijing a visitar a unos amigos.

A lo largo de la Muralla no solo hay turistas, también hay ciudadanos chinos de otras provincias y de la propia Pekín. Algunos ya pasan sus años y suben lentamente, descansan en cada tramo, toman agua o comen bananas para poder seguir. El frío y el viento dificultan el ascenso. Pero al caminar más lento es posible apreciar cada pieza de la Muralla, en cada una hay signos en mandarín y en otras, figuras.

“Esto es un esfuerzo por compararse con quienes lo construyeron”, dice John Glendale, un turista estadounidense de Houston a quien le tomó cerca de 15 minutos llegar hasta el final de Badaling.

La recompensa por subir la Muralla China está al regreso del trayecto. En la zona hay restaurantes tradicionales, donde el pato es una exquisitez muy demandada.

Con las energías renovadas, la siguiente parada en la visita es el Palacio de Verano, al oeste de la ciudad. Con una superficie de 290 ha este es un jardín imperial, construido por la dinastía Qing (1644-1911), declarado en 1998 por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad. En el centro del Palacio se ubican unas enormes rocas talladas por el tiempo, que simbolizan los 12 meses del horóscopo chino.

Después de la entrada, un pórtico y un pabellón forman el sector de las actividades políticas. El nombre del pabellón, Benevolencia y Longevidad, fue dado por la emperatriz madre Cixi.

Así es China, un lugar lejano, desde donde llegan noticias de crecimiento económico y aumento de emisiones CO₂, pero también una nación con gente trabajadora. Quizá las 32 horas de vuelo hacia Pekín —es más cerca si elige ir con escalas en Estados Unidos — espanten a cualquiera, no así sus costumbres, historia y cultura que valen la pena descubrir.

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