La asesina fue condenada a 5 cadenas perpetuas. murió en febrero de 2010
Janie quería que toda su familia se reúna en el cielo
Los habitantes de Cordele, estado de Georgia, Estados Unidos, lamentaron los inesperados fallecimientos en la casa de la familia Gibbs, siempre dieron su apoyo moral a Janie Lou Gibbs, quien supo ocultar ante los demás su perfil criminal, pues fue ella la causante de las misteriosas muertes de su esposo, sus 3 hijos y un nieto de meses de nacido.
La joven mujer, apegada a la religión y asidua visitante de la iglesia de Cordele, con cálculo despiadado iba eliminando a cada uno de sus familiares, paulatinamente a través de la comida, a la que le agregaba veneno para ratas.
Una vez conseguido su objetivo, cobraba el seguro de vida de la víctima y un porcentaje del dinero donaba a la comunidad religiosa a la que pertenecía.
Janie Lou nació el 25 de diciembre de 1932 en Georgia. Ya en su juventud se casó con Charles Clayton Gibbs, de 39 años, quien murió envenenado el 21 de enero de 1966, pero no le practicaron la necropsia. Los médicos pensaron que falleció por su problema hepático.
Y en un período de 2 años fallecieron sus vástagos y nieto. Por ellos cobró $ 31.000 del seguro de vida, y donó el 10% a la iglesia, por el apoyo que le brindaron, en los ‘momentos difíciles’.
Errados diagnósticos médicos
Ocho meses después de la muerte de Charles, su hijo Marvin Ronald Gibbs, de 13 años de edad, cayó enfermo. Su estado se deterioró rápidamente y murió en agosto de 1966. Los médicos que lo atendieron en el hospital de Cordele determinaron que parecía haber sucumbido a una enfermedad relacionada con el hígado similar al de su padre. Su certificado de defunción del 29 de agosto de 1966 dice hepatitis. Ella recibió otra póliza de seguro de vida y de nuevo dio un gran porcentaje a la iglesia.
Dos meses después del funeral del pequeño Marvin, su hermano Melvin Watess Gibbs, de 16 años de edad, se enfermó. Al principio tenía dolores de cabeza, luego sufrió mareos. Era un joven robusto y saludable, pero el estrés de perder a su padre y hermano menor había comenzado a quebrantar su salud. El 23 de enero de 1967 dejó de existir. Los médicos le dijeron a Janie que al parecer había estado sufriendo de un trastorno muscular muy raro.
Nuevamente la mujer cobró un seguro de vida y una parte donó a su iglesia. Tras la muerte del adolescente, el resto de 1967 fue un año bastante tranquilo para la familia Gibbs. Janie paró con los crímenes, y solo le quedaba su hijo Robert, de 19 años, quien tenía una novia que le dio un hijo, Raymond.
Los tres vivían en la casa con Janie, quien mostraba al niño Raymond a todos los que visitaban. Pero, inesperadamente enfermó el bebé y el 28 de octubre de 1967 falleció. Los galenos dijeron que era un niño normal y saludable. No hallaron nada anormal.
Un mes después, en víspera de la Navidad, murió su hijo mayor Robert, en la misma forma que sus padres y hermanos.
La insistencia de la nuera la delató
El secreto de Janie estaba tan guardado, que para la Policía hubiera sido la última persona de la ciudad de Cordele en sospechar que era una asesina en serie emergente y familiar.
Sin embargo, ella intentó bloquear la práctica de la autopsia a su hijo, pero la esposa insistió en que se efectúe el procedimiento hasta que lo consiguió.
La autopsia encontró niveles mortales de arsénico en el cuerpo del joven. El tribunal ordenó exhumar los cadáveres del resto de los fallecidos de la familia Gibbs. Las autoridades arrestaron a Janie Lou Gibbs el día de Navidad por el asesinato de su hijo de 19 años.
Los médicos forenses y detectives acudieron a la escena del crimen y después hasta el cementerio, donde fueron enterrados los miembros de la familia Gibbs. A medida que se retiraba cada cuerpo desde el suelo, se colocaron lonas y las autopsias se realizaron de inmediato.
Al final los médicos hallaron en los 5 cuerpos dosis de arsénico, la causa de sus muertes. Cuando los detectives la interrogaron, Janie dijo que: “No pongo en duda la obra de Dios. La Biblia dice que obtendrán su recompensa; y estoy segura de que lo harán”.
En la comisaría del condado, Janie se sentó y miró hacia el espacio durante horas a la espera de que su caso vaya a juicio.
Sus abogados querían que ella sea declarada inocente por razones de demencia. En la reconstrucción de la historia, abogados e investigadores por igual analizan la verdadera naturaleza demencial de los crímenes de Janie: cuando su marido se estaba muriendo en el hospital, ella le había traído sopa casera que fue mezclada con arsénico; una dosis final.
Juicio y sentencia
Durante el juicio se demostró que Janie había contaminado la comida y el café con veneno para ratas. “Decidí enviar a mi marido, mis hijos y mi nieto al cielo antes que yo, porque sé que voy a morir (…). Allí estaremos todos juntos”, declaró Janie Lou Gibbs a los peritos forenses designados en el juicio. Pronto quedó claro que incluso si estaba mentalmente estable, no había un abogado dispuesto a defenderla.
Janie Lou Gibbs fue hallada culpable de envenenar a su familia el 9 de mayo de 1976 y recibió una sentencia de por vida para cada uno de los cinco asesinatos que cometió.
En 1999, a los 66 años, recibió un permiso médico de la cárcel porque ella sufría de la enfermedad de Parkinson.
La ira activa el instinto asesino
El Dr. J. Reid Meloy, psicólogo forense y autor de los libros “La mente psicopática” y “Accesorios violentos”, manifiesta que este tipo de crímenes ocurre como resultado de una construcción mental basada en la ira, la frustración y la planificación, lo cual determina el ya formado sentimiento de fragilidad de sí mismos. No toman sus fallas a la ligera ni, tampoco, pueden tolerar la humillación.
Como no poseen manera alguna de liberar su estrés, la construcción aludida continúa creciendo hasta que estalla en forma violenta.
Sus familias son, generalmente, “objetivo fácil”, pues no poseen defensas o barreras internas para detener el crecimiento de su ira y confían plenamente en quien será su asesino/a. Una vez que matan a sus familias, retornan a un sentido de equilibrio y, si no deciden suicidarse, usualmente se sienten mucho más “aliviados”. (I)