Ana Carolina, la joven que conmociona a México
Esta historia incluye a 3 jóvenes, algo de cloro e insecticida, 13 litros de gasolina y una pareja de ancianos millonarios con un fin trágico. En el centro de todo está Ana Carolina, una chica de 17 años, que estaba por salir de viaje a Venecia. Una joven que luego de cometer un crimen que tiene conmocionado a Chihuahua, México, se fue a comer hot dogs y beber cerveza con sus amigos.
DATOS
El examen de psiquiatría reveló trazas de sadismo sexual en la joven, una absoluta falta de remordimiento y un distanciamiento paulatino con sus padres.
Lo que denominan ruptura -interna y externa- habría iniciado en la secundaria, cuando sus compañeras de un colegio de monjas abusaban verbalmente de ella.
Las conclusiones del reporte criminalístico precisan que el homicidio se maduró durante un año. Fueron meses en los que Ana Carolina llegó a germinar la idea. Y a convencerse de que podía hacerlo. Que asesinar a sus padres era “igual que deshacerse de un objeto”.
Ana Carolina tiene 17 años y mide 1,48 metros, es de contextura delgada y no tiene antecedentes de abuso familiar.
Todo comenzó cuando sus padres adoptivos, Efrén L. y su esposa Albertina E., dueños de una decena de bares y expendios de licor en Chihuahua, se negaron a prestarle el coche para salir con sus amigos. Una computadora, Ipad, celular, ropa, TV en el cuarto... nunca le habían negado nada, y el que no le prestaran el auto la molestó.
Pasaron los meses y la chica había planeado todo. Esperó un viernes (el 3 de mayo) en que la mucama salía libre en la noche y llamó a su novio y un amigo, a quienes había convencido para participar del hecho.
El domingo, una llamada alertó a la Policía sobre la desaparición de Efrén y Albertina. Inició la búsqueda y solo 24 horas después del hallazgo de dos cuerpos calcinados, un joven de 18 años confesó haber participado en el doble homicidio. Se trata de José Alberto Grajeda Batista, estudiante y novio de Ana Carolina.
“¡Ya no puedo más, necesito un psicólogo!”, pidió a investigadores de la Fiscalía que le hacían preguntas de rutina sobre la desaparición de los ancianos. Después todo fue más fácil.
Conociendo ya que su novio había flaqueado y relatado el crimen, la joven confesó todo. Contó cómo estrangularon a sus padres, les inyectaron en la yugular cloro con insecticida y después fueron a cenar hot dogs y beber cervezas. La mañana siguiente acudieron a un lote baldío, rociaron gasolina a los cuerpos para prenderles fuego, luego salieron tranquilamente de compras y por la noche acudieron a una fiesta.
Código penal limita sanción a menores
Probablemente la Fiscalía habría resuelto el caso sin necesidad de que el novio de Ana Carolina confesara. Pero llama la atención un hecho. Ella soportó dos interrogatorios sin quebrarse. No falló ella, falló su novio.
Ahora la Fiscalía de Chihuahua busca acreditar el crimen de homicidio con todas las agravantes de ley: “predeterminación, alevosía, ventaja y traición”. Dicho delito, según el Código Penal mexicano, puede castigarse hasta con la prisión vitalicia.
Pero como menor de edad, Ana Carolina será juzgada de forma separada. A diferencia de José Alberto y Mauro, que enfrentan la posibilidad de ser sentenciados a cadena perpetua por la agravante de haber cometido un feminicidio, ella no recibirá más de 15 años de prisión. Estará libre a los 32 años.
Esto ha reavivado el debate en el ámbito jurídico sobre si un menor de edad debe ser juzgado como adulto bajo ciertas circunstancias.
Quienes la han visto después del homicidio dicen que Ana Carolina no ha mostrado la más mínima señal de arrepentimiento por el asesinato de aquellos que la habían adoptado cuando tenía solo 2 meses de edad.
El reporte psicológico que se le hizo advierte que padece de un nivel de psicopatología en la escala de crímenes violentos del FBI al tope. Ella es un 9 en la escala de 9.
En las horas iniciales tras su detención entabló un diálogo algo sórdido con investigadores de la Fiscalía. Testigos la describen como totalmente relajada, “siempre capaz de sostener la mirada”.
“¿No te arrepientes?”, le preguntó un agente a la joven chica.
“Sí y no. Sí, porque no me voy a poder casar con mi novio. No, porque ya no aguantaba a mis papás”.
“Vamos a suponer que no te hubieran atrapado. ¿Cómo te veías?”, volvió a preguntar el agente.
“Yo, feliz. Libre”.