Beneficiarios de casinos se pronuncian por el azar
El lugar no es nada silencioso, los sonidos se mezclan: por un lado, suena un reggaetón, por otro se escucha casi al unísono el caer de las monedas que provienen de las más de 100 máquinas “tragaperras” que están dentro de “Money Money”, una de las salas de juego que se ubican sobre la Av. Rodolfo Baquerizo, en la ciudadela La Alborada, que podría desaparecer con el resultado de la Consulta Popular y Referéndum que impulsó el régimen.
Patricia Vélez llega vestida con un ajustado pantalón negro y tacones. Saluda con algunos de los presentes. Sus ojos color miel parecen explorar. Ella, una mujer de estrategias, busca la mejor máquina, aquella que con poco dinero empiece a pagar. Y la encuentra. “Juego de un dólar y de cinco. Si la máquina paga, significa que es buena. Entonces juego de $10 y así...”, explica con suficiencia.
Es que los casi 11 años de continuidad en esta práctica le han dado algo de experiencia a esta mujer de 52 años. Una amiga la inició. Póquer, caballos o bingo, no importa, solo quiere un poco de relax.
Patricia es chef. Se define como una persona aficionada, pero responsable: “He visto casos de personas que apuestan todo su sueldo. Yo no, primero compro comida, pago la luz y con lo que queda, me divierto”.
Confiesa que lo máximo que ha llegado a apostar son $ 200: “Me guío mucho por mis presentimientos; cuando creo que será un buen día, entonces voy”, afirma.
Esa es la mecánica que mantiene y que -según dice- le ha resultado, pues ha ganado más veces de las que ha perdido. En efectivo ha cobrado hasta $ 3.000. En sorteos se ha llevado refrigeradoras y licuadoras. Patricia vive con Mercedes, su hermana de 58 años, quien padece de epilepsia. Entre ella y sus siete hermanos se reparten la responsabilidad de cuidarla.
Enrique es su segundo esposo desde hace 17 años, vive en otro país. “Se fue por trabajo, acá la situación no es buena”, dice con la mirada triste.
Cuenta que lidiar con la soledad no ha sido fácil. Eso y a veces el aburrimiento son razones que la empujan a frecuentar las salas de juego tres veces por semana, en promedio. No le gusta que se la cuestione por ello: “Todas las personas tenemos un vicio: algunos fumamos, otros se la pasan en Internet. Esto es distracción para personas con criterio formado”, afirma con énfasis, mientras expulsa el humo de un cigarrillo que sostiene con su mano derecha.
Con la izquierda acciona el botón de su siguiente jugada. La noche avanza. La máquina donde Patricia juega, “Lucky Lady”, está necia; pero a pesar de eso sigue hasta la medianoche. Se retira con $100 de ganancia.
“Después de todo, soy una mujer con suerte”, asegura mientras narra el accidente que sufrió hace más de 23 años. “Casi muero. El lado izquierdo de mi cuerpo quedó desfigurado y he necesitado más de 17 operaciones para poder estar bien”, recuerda.
Respecto a la eventual desaparición de estos sitios, Patricia expresa su inconformidad, pero también reconoce que allí hay mucha competencia, compulsión: “Hay de aquellos que monopolizan las tragamonedas. A veces, juegan en dos y tres al mismo tiempo”. Por eso, su voto en el colegio Santo Domingo de Guzmán fue por el “Sí” en la pregunta siete. Tiene la esperanza que- de ganar esta opción, desaparezcan las salas de juego, pero los grandes casinos permanezcan.