En Flor de Bastión la solidaridad sigue viva
Melissa Morán (25 años), Darío Manjarrés (22) y Sara Toral (19) son jóvenes operarios que recogen basura en las casas del bloque 8 de Flor de Bastión, en donde fueron capacitadas cerca de 400 familias para separar los materiales que pueden ser reutilizados.
Las bromas y las risas de ellos evidencian la confianza que existe en los operarios, pero realizan su trabajo con seriedad. Aquello se nota en sus discursos sobre la contaminación.
Los viernes, a las 08:30, los tres chicos tocan las puertas de cada hogar para recibir la basura, y los que no tienen listos los desechos los entregan la siguiente semana.
Para cumplir con su trabajo, ellos usan cascos plásticos amarillos y azules, overoles azules, buzos turquesa de mangas largas con el logo del Comité de Desarrollo Comunitario “La Esperanza de la Flor”, guantes plomos, botas blancas y encapuchados en caso de que llueva.
Su labor de recolección termina aproximadamente a las 13:00, pero su trabajo continúa con la clasificación hasta las 17:00, en que se unen a esta labor dos compañeros más.
También van a sectores como las canchas de fútbol de La Garzota (lunes y viernes), Fede Guayas (lunes y jueves) y el complejo del IESS por los Ceibos (lunes y jueves).
Proyecto “Compromisopor una vida mejor”
Anteriormente el bloque 8 de Flor de Bastión era un botadero de basura, donde también echaban perros y cerdos muertos. Por ello surgió la necesidad de solucionar el problema de contaminación.
Hace cuatro años la española Cristina (los habitantes de la zona no recuerdan su apellido), del organismo internacional Ecosol, visitó la comunidad y luego de observar las necesidades del barrio recogió las peticiones de los moradores.
Las gestiones para conseguir la aprobación del proyecto por parte del organismo extranjero duraron 6 meses y la Fundación Maquita Cushunchic (MCCH) comenzó a trabajar. También se obtuvo ayuda de la entidad General Valenciana. Ambas instituciones aportaron con los recursos.
A partir de enero del 2009 MCCH impartió talleres y convocó a los promotores. Al principio eran dos operarias, Cynthia Morán y Evelyn Rodríguez.
Finalmente, el 26 de marzo de este año el proyecto pasó a manos del Comité de Desarrollo Comunitario junto con el apoyo de la comunidad.
El programa comprende la educación ambiental (reciclaje de residuos sólidos reutilizables), la seguridad alimentaria (implementación de huertos orgánicos) y capacitación a la comunidad sobre la violencia intrafamiliar.
Hugo Quintero, representante legal del comité, explicó que durante dos años se capacitó a 400 familias con 24 promotores. “Sin embargo, no todas aportan, porque a algunos no les interesa clasificar”. Agregó que uno de los beneficios es que gracias al proyecto se pudo reducir el problema de Malaria.
“Se trata de pensar en la salud de la familia y reciclar en el barrio. Se busca el buen vivir en un ambiente más puro y sano”.
Reciclaje
Hay un operario acompañado de un chofer, en un camión prestado, que van de puerta en puerta. Ellos retiran la basura reciclada en sacos y las suben al vehículo.
Las familias entregan materiales como plástico y vidrios en botellas, cartón, excepto chatarra, que tiene un costo más elevado.
Una vez recogidos los desechos se los lleva a la Planta de Reciclaje Comunitaria, ubicada en el bloque 8 de Flor de Bastión, donde existe un área de desembarque y clasificación, y embarque y almacenamiento. Se separa el material dependiendo de si es vidrio, cartón, botellas de plástico, plástico grueso soplado o papel. Luego se lo vende.
El reciclaje semanal dentro de la comunidad genera $ 40. Sin embargo lo de otras zonas representa mensualmente más de $ 500. “Hasta el momento esos recursos están intocables en una libreta de ahorro; son manejados por el comité y para utilizarlos se realiza una petición a la Fundación MCCH para que lo autorice”, contó Quintero.
Actualmente utilizan un camión prestado por la Fundación MCCH los lunes y viernes para hacer el trabajo. Aspiran tener un vehículo propio para expandirse.
Huerto orgánico
Parte del proyecto es que la familia sepa que en su casa puede tener un huerto, que le sirve para ahorrar dinero en la compra de comida. “Tenemos huertos demostrativos para la comunidad y lucrativos porque vamos a sembrar más para vender y tener recursos”, señaló Quintero.
En esta primera etapa, que comenzó entre octubre y noviembre del 2010, participaron 160 familias.
Se cultivan vegetales como el tomate, pimiento, acelga, nabo, hierbita, rábano, yuca, pepino y zuquini. Para la capacitación tuvieron que ir a la casa comunitaria.
“Tenemos una cama (son marcos de caña guadúa que contienen tierra orgánica) con una mitad de acelga y otra de hoja de col; cuatro camas con acelga y otras dos con pepino, es decir, ocho en total. Como parte de un plan experimental también hay cuatro matas de maíz que comparten lugar con el pepino.