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El Telégrafo

La crisis hegemónica en escala mundial

05 de enero de 2014

Nunca como ahora fue tan real la tensión entre un mundo que se agota, pero trata de sobrevivir, y un mundo nuevo, con grandes dificultades para afirmarse. En ese vacío se inserta un mundo inestable, turbulento, y una gran pelea por la nueva hegemonía mundial.

La decadencia de la hegemonía estadounidense en el mundo y el agotamiento del modelo neoliberal son evidentes pero, al mismo tiempo, no surgen todavía en el horizonte ni una potencia o un grupo de países que puedan ejercer la hegemonía mundial en lugar de EE.UU. Ni tampoco aparece un modelo que pueda disputar con el neoliberalismo la hegemonía económica en escala mundial. Los gobiernos posneoliberales latinoamericanos no tienen todavía la fuerza suficiente para disputar hegemonía económica en escala global.   

La victoria en la guerra fría no ha significado que la imposición de la Pax Americana haya traído estabilidad al mundo. Al contrario, nunca han proliferado tantos conflictos violentos, porque Estados Unidos se vale de su superioridad militar para tratar de transferir los conflictos al plano del enfrentamiento violento. Así fue en Afganistán, en Irak, en Libia, sin que hubiera tenido capacidad para imponer estabilidad política sobre los escombros de las intervenciones militares. Esos países siguen siendo epicentros de guerra en el mundo actual.       

En el caso de Siria –y, por extensión, en el de Irán– EUA ni siquiera fue capaz de generar las condiciones políticas mínimas para nuevas intervenciones militares, teniendo que participar de procesos de negociaciones políticas de los conflictos.  

Sin embargo, EUA sigue siendo la única potencia mundial que articula su poder económico, tecnológico, político, militar y cultural, para imponerse como país de mayor influencia en el mundo, el único con estrategia global. Ni China, ni la debilitada Unión Europea, ni América Latina, o un conjunto de fuerzas articuladas entre sí, logran oponerse a la hegemonía norteamericana en el mundo.

La profunda y prolongada crisis económica en el centro del capitalismo ha demostrado cómo sectores del Sur –en Asia y en América Latina– han logrado defenderse, sufriendo los efectos de la recesión, pero sin entrar  en recesión, como había ocurrido en las otras crisis del centro del sistema. Porque ya existe en el mundo un cierto grado de multilateralismo económico, que permite  los intercambios Sur-Sur, además de los realizados por los procesos de integración regional en América del Sur, unidos a la enorme expansión de los mercados internos de consumo popular, en países con gobiernos posneoliberales que han podido defenderse y no caer en recesión. Sin embargo, las fuertes presiones recesivas no dejan de afectar a esos países, haciendo que necesiten respuestas integradas para la elevación del nivel de expansión de sus economías.

Sin embargo, a pesar del desprestigio de las políticas neoliberales, responsables de la crisis en el centro del sistema, siguen siendo dominantes en gran parte del sistema económico mundial. Las medidas puestas en práctica por los gobiernos europeos, por ejemplo, son de carácter neoliberal, para reaccionar frente a una crisis neoliberal; es decir están echando alcohol al fuego.

El neoliberalismo no es solamente una política económica, es un modelo hegemónico, que corresponde a la hegemonía del capital financiero en escala mundial, al bloque EUA-Gran Bretaña desde el punto de vista político, así como a un modo de vida (el llamado modo de vida norteamericano), centrado en el consumo, en la mercantilización de la vida y de los shopping-centers. Es un punto de no retorno del capitalismo en escala global, que coloca a la vez los límites de las propuestas de acción de las grandes potencias políticas y de los grandes organismos internacionales.
Así el mundo seguirá viviendo por lo menos hasta la primera mitad del nuevo siglo un período de turbulencias en que la decadente hegemonía norteamericana se mantiene con crecientes dificultades. Al igual que el predominio del modelo neoliberal también sobrevive, aunque debilitado y condenando a la economía mundial, a procesos de aun más grande concentración de renta, de exclusión de derechos y de continua recesión económica.

Una profunda y extensa crisis de hegemonía se impone así en escala mundial, con persistencia de los viejos modelos y dificultades para la afirmación de las alternativas.

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