La situación por el paro nacional de transporte es apremiante. Por un lado están los grupos que rechazan las medidas económicas anunciadas por el Gobierno, específicamente la liberación del precio del diésel y la gasolina extra y, por el otro, están las personas que desean trabajar porque hay que seguir produciendo, porque no se soluciona nada paralizando al país a través de la movilidad pública.
En medio de este panorama sombrío que ha provocado el gremio de la transportación a escala nacional y el Gobierno que ratifica sus medidas y declara el estado de excepción, están aquellos que no viven en la ciudad donde trabajan y tienen que buscar opciones para trasladarse a las empresas e instituciones donde laboran y a un costo más elevado que el que pagan a diario.
Personas dueñas de furgonetas han destinado sus vehículos para hacer fletes y transportar pasajeros al doble y triple de lo que usualmente se cancela.
Y aquellos que viven en la misma ciudad, pero que se movilizan en buses de transporte público o en los masivos: trole, metro y metrovía, han optado por caminar, por usar bicicletas, motos, motonetas o recurrir a los taxis ejecutivos que están haciendo su “agosto” en octubre.
A eso se suma el vandalismo infiltrado como protesta de grupos de antisociales que quieren “pescar a río revuelto” y aprovecharse de la situación para saquear locales comerciales usando la fuerza y sacando a relucir lo peor de su humanidad: la vileza, el atropello, el daño moral, físico y económico contra quienes laboran honradamente.
Mientras la mayoría de ciudadanos se esfuerza por cumplir con su jornada laboral y no retroceder en el tiempo, otros, en cambio, se aprovechan de las circunstancias para impedirlo y, más aún, politizando esta crisis para crear “Mesías” a los que no les interesa la población sino que velan por sus propios intereses y el de los suyos.
Se practica con el ejemplo, el pueblo no quiere paralizarse, quiere trabajar. No retrocedamos a los ochenta y noventa. (O)