El mundo católico recordó ayer la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén. El Domingo de Ramos marca el inicio de la Semana Mayor, la celebración emblemática de los cristianos. Y está próximo el Viernes Santo, día en que se conmemora la crucifixión de Cristo. Y aunque será feriado, miles de personas saldrán a las calles de todo el país para participar en multitudinarias procesiones, en un país en el que se declara cristiano el 90%.
Desde Roma, el Papa Benedicto XVI ha llamado a recordar los valores del ser humano, y es importante que durante las actividades religiosas la fe esté separada claramente de la política. Siempre ha sido así. La particularidad esta vez coincide con la Semana Santa, en el fragor de una campaña electoral.
Y aunque la cúpula de la Iglesia Católica ha dejado en claro que no intervendrá en la misma ni hará proselitismo, su mensaje, por ambiguo, ha generado críticas en Carondelet.
Un manifiesto firmado por la Conferencia Episcopal advertía de los peligros para la democracia y uno que otro sacerdote ha participado en entrevistas para contar cómo, según su opinión, surge el fascismo, en un discurso bastante parecido al que usa la oposición para desmerecer la postura oficialista en torno a un referendo y consulta popular con los que se quiere solucionar problemas de la justicia.
Sería lamentable que en misa, un sacerdote lance una proclama electoral.
Es por eso que todos los párrocos deben recordar su deber y separar con mucho tino cada uno de los temas. Todo tiene su tiempo y la Semana Mayor es para recordar la muerte de quienes muchos consideramos el “Hijo de Dios”.
No hay que olvidar que durante el referendo para aprobar la Constitución de Montecristi, la Iglesia suspendió las misas dominicales con el fin de montar tarimas en distintos puntos de Guayaquil. Era la época en que se alertaba del matrimonio gay y el aborto, fantasmas que nunca cobraron vida.