Ecuador es un país culturalmente diverso, dueño de recursos naturales que, a los ojos de propios y extraños, se deben a la bendición de Dios. Los escépticos aducen que son la luminosidad y la ubicación de este pedazo de tierra en el globo terráqueo las causas de la calidad y tamaño del banano, así como del aroma y sutileza del cacao y café de altura. Estas, muy a pesar de algunos, reflexiones lógicas, son razones aceptadas que nos fueron ubicando como región especializada en el monocultivo o, para la simplicidad y pragmatismo gringos, en “banana republic”, que quería decir “paisitos” dominados por una élite capaz de quitar o poner presidentes y gobiernos, de acuerdo a sus intereses.
El poder de veto, transmitido por los medios de comunicación como una forma de atemorización colectiva, se dio en llamar “cuarto poder”, o la demostración de fuerza que impidió el reconocimiento de los derechos laborales ante la impunidad manifiesta de los sectores oligárquicos que nunca previnieron el peligro de la protesta iniciada en otras latitudes para devolver el poder al pueblo, su legítimo dueño. Por ello, cuando el mundo posmoderno celebra hoy el Día del Trabajo, las preocupaciones se van reduciendo en las filas del movimiento obrero ecuatoriano que, nunca como ahora, disfruta de una remuneración más justa y políticas sociales que le permiten acceder a una cobertura médica amplia, medicinas gratuitas y crédito para vivienda. Sin embargo, los ciclos de depresión económica impulsados desde afuera y que provocan la disminución de la oferta de empleo no siempre son predecibles: la velocidad del desarrollo tecnológico y la simplicidad de los procesos contraen la demanda y la sustituyen. Durante los últimos años, las políticas neoliberales se han convertido en un factor determinante para agudizar la descomposición de la generación de ingresos en Ecuador. El Gobierno de la Revolución Ciudadana está tratando de reacomodar las piezas en el tablero de la equidad para que la justicia