Los conciertos y desfiles habían sido la parte más atractiva de las fiestas de la fundación de Quito, pero al mismo tiempo constituían un dolor de cabeza para sus pobladores por el caos vehicular, el desorden de las ventas ambulantes y el consumo excesivo de alcohol.
Eso cambió cuando se dispuso que el desfile de la confraternidad y los conciertos se hicieran en espacios cercados, como el antiguo aeropuerto. Al volver a las calles, la capital experimentó calles bloqueadas, tráfico vehicular y peatonal caótico por la ausencia de una debida advertencia e información.
Y si a eso se suma que el llamado desfile de la confraternidad sirvió para exhibir a las instituciones municipales como lo más importante y no a las organizaciones sociales, colegios y barrios, para la gente de la capital hay un retroceso que debe revisarse.
Quito ya no es una ciudad a la que hay que crearle más dificultades en la movilidad. Deben crearse las condiciones adecuadas para que la gente acuda a conciertos y desfiles. Y hay que regular el consumo de alcohol y las ventas ambulantes que generan otros graves problemas. (O)