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El Telégrafo

Un mes que nos permite recordar

04 de julio de 2011

La Perla del Pacífico cumplirá el próximo 25 de julio 477 años de fundación, poderosa razón para festejarla como se merece. En esta fecha suelen aflorar los motivos que indujeron a  los españoles para llamar Santiago a un puñado de ciudades en el continente descubierto. Todo esto ha sido explicado y, en el caso de Guayaquil, el nudo que impedía conocer la fecha exacta y esa parte de la geografía en la que se asentó la incipiente urbe, está desatado para satisfacción de quienes creen tener ancestro español. 

Pero desde que los conquistadores autorizaron poblar las faldas del “cerrito verde”, la ciudad del río y el estero ya mostraba una línea divisoria entre ibéricos, criollos, mestizos, indígenas y negros. La estructura urbana tenía la iglesia en el centro, junto a las casas de las autoridades municipales y colonos; atrás, en lo que se conocía como extramuros, las escuálidas estructuras de los verdaderos dueños de la tierra.

Las condiciones de vida para todos sus habitantes eran precarias, pero mucho más para “los de abajo”, destinados desde la cuna a servir y a morir por la gracia de Dios. Así que, para sobrevivir, de acuerdo al pensamiento de Spencer y Darwin, debieron adaptarse a las condiciones extremas de su hábitat, incluso a la división social del trabajo y a los sistemas de explotación capitalista.

Otros se acostumbraron a ver solamente la parte que les favorecía, mientras de la miseria se encargaba el mandato divino a cambio de que los mansos de corazón, si reprimían  la ira y guardaban silencio, alcanzarían el cielo. Las desigualdades y prejuicios tardan, pero la justicia llega...

Cuatrocientos setenta y siete años después, lo primero que hemos aprendido, sobre todo en esta ciudad, es a perder el miedo al poder de ese pequeño grupo de familias “descendientes de estatuas”, como ironizaba don Asaad Bucaram, y al garrote que el gigante del Norte blande sobre las cabezas de Latinoamérica. ¿Por qué? Porque hoy tenemos un gobierno empeñado en acortar las diferencias y promover la solidaridad, lo que no significa quitar los excesos acumulados por unos pocos. Permite repartirlos equitativamente a través de políticas sociales enmarcadas en la nueva filosofía del buen vivir.

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