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El Telégrafo

Un Estado más eficiente sí, pero no volver a lo de siempre

06 de septiembre de 2015

Un Estado no se diseña en un papel ni se hace como lo sugieren los grupos de presión económica. Su existencia, diseño y definición ocurre por las necesidades de una sociedad y porque esta demanda unas formas e instituciones para afrontar sus problemas y retos.

Cierto que el Estado no puede ni debe estar en todo, menos ocupar unos espacios donde la actividad privada y de las organizaciones sociales es primordial. Pero mientras subsistan inequidades, desigualdades y exclusión, evidentemente se hace necesaria la regulación estatal. También es cierto que la mano del Estado debería ser casi invisible y eso solo se logra si su trabajo es eficiente, de excelencia. Caso contrario, siempre será visto como un mal al que todos acusan y al que todos responsabilizan.

Ecuador vivió casi tres décadas con un Estado ausente, reducido a su mínima expresión y manejado en función de los grupos fácticos. Fueron años de un servicio público mediocre, precario, para garantizar y ensalzar al sector privado. De eso se encargaron el aparato mediático y político conservador y un conjunto de ONG y organismos internacionales. Tanto que las tareas clave de un Estado moderno se delegaron a entidades privadas y a esas ONG que se financiaban de recursos foráneos para implementar políticas públicas en función de un modelo y un esquema ideológico absolutamente liberal.

Y es precisamente de todos esos actores sociales y políticos que viene ahora la ‘sugerencia’ de reducir el Estado (¿a su mínima expresión?). Son todos ellos los que ahora cuestionan el incremento de las partidas para profesores, médicos y policías; sin descartar que les parece ridículo que el Estado central mejore sus servicios básicos con personal mejor pagado.

Pero además mienten, porque muchas de las obras realizadas con dinero estatal, con los recursos de los ciudadanos, se han hecho con la empresa privada y se ha generado una dinámica distinta a la que en la época neoliberal solo produjo obras para enriquecer a unos cuantos grupos y las carreteras y servicios eran de pésima calidad.

Ahora bien, nadie quiere decir que el Estado actual resuelve todos los problemas y que todos los servicios son de excelencia. Hace falta también una cultura distinta de parte de los empleados y funcionarios. Y en ello también es necesario un nivel de calidad administrativa para que efectivamente sea invisible la mano del Estado y se prioricen otras discusiones y necesidades. La carrera burocrática debe honrar su trabajo y servicio, tanto en las entidades del Gobierno central como municipales.

Por supuesto que detrás de esas críticas a un supuesto Estado obeso hay un plan muy claro de desfigurar un proyecto político que devolvió al mismo Estado su rol social. Hay detrás un proyecto para devolver a las empresas privadas y a las ONG nacionales e internacionales ese rol protagónico a costa de los intereses sociales, solo al servicio de una ideología y modelo concretos. (O)

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