El pueblo ecuatoriano volvió a dar una muestra de elevada responsabilidad democrática. Los comicios del sábado pasado demostraron, además, que hemos madurado en la participación política y electoral. A diferencia de aquellos que piensan que con las elecciones no pasa nada, toda inversión para construir más democracia no es un derroche ni económico ni de tiempo.
La ciudadanía se expresó, y lo hizo con argumentos y tesis. Muchos no se quedaron en el clásico “voto en plancha”.
Hubo discernimiento y el resultado lo prueba: hay preguntas que tienen más peso que otras y en ninguna se verifica una unanimidad inconsciente.
La democracia del Ecuador ha ganado, y con mucho. La transparencia del proceso también revela un avance institucional en la construcción de la identidad del país en el campo democrático.
Si bien es cierto que los sondeos a boca de urna, en primera instancia, crearon desconcierto en algunos y excesivo triunfalismo en otros, el Consejo Nacional Electoral, como institución del Estado, nos puso sobre la realidad, los datos, las cifras y no las especulaciones ni las apuestas. Eso también revela de lo que la democracia es capaz.
Ahora corresponde a los actores políticos, a la Asamblea Nacional y al Gobierno encontrar el mecanismo más eficaz para aplicar efectiva e inmediatamente el mandato de la ciudadanía. Lo que se decida demanda de la oposición mucha madurez y vocación para no boicotear la tarea que deviene de los resultados de la consulta.
También deben saber que es un mandato imperativo para los asambleístas elaborar las leyes con la mayor sabiduría y dentro de los plazos pertinentes.
El Gobierno ha ofrecido hacer público su plan para la modernización y saneamiento de la justicia. Ahora, con la legitimidad del triunfo, es el momento de ponerlo en marcha también con la mejor capacidad y eficiencia.