La clase obrera ecuatoriana tiene una larga tradición de lucha y conquistas sobre la base de disputas con los poderes económicos y oligárquicos. La historia dirá hasta dónde los sindicatos de ahora están a la altura de esas luchas para valorar las demandas por las que ahora salen a las calles y de quién se dejan acompañar en estas marchas.
Más allá de eso, es un momento oportuno para entender qué lugar ocupa la clase obrera en la distribución de la riqueza, en su participación en la toma de decisiones de las políticas públicas y hasta dónde contribuye en el cambio de la matriz productiva, de las relaciones de poder y -no está por demás- en la construcción de una nueva sociedad.
No hay una sola Constitución, de todas las aprobadas, que como la de Montecristi garantice los derechos laborales de las fuerzas productivas y amplíe las perspectivas salariales a partir de un modelo económico sustentado a favor del trabajo y no del capital. No es todo lo esperado ni añorado en décadas, pero nadie puede dudar que el camino recorrido desde 2008 ha sido para bien del trabajador. (O)