Hace unos días fue entregado el premio Eugenio Espejo a la botánica Katya Romoleroux, al maestro Álvaro Manzano y al escritor Juan Valdano, en el marco de una ceremonia íntima y sobria en el Salón Amarillo, en el Palacio de Carondelet.
La emoción de los galardonados, como no podía ser de otra manera, era evidente, así como también la de algunos de sus acompañantes (pocos, debido a la pandemia), que atestiguaban el reconocimiento que Ecuador hacía a sus ilustres familiares en razón de sus talentos.
Talento puro, trabajo infatigable, trayectoria sin mácula, sin embargo, un ejército de trolles empezó a invadir la red social a través de la cual se hacía la transmisión de la ceremonia para proferir improperios y prorrumpir en insultos.
Todos los ecuatorianos tenemos derecho, bajo el ala de la democracia, a decidir a quién aplaudimos, a quién fustigamos y a quién ignoramos, sin embargo, hostilizar una ceremonia donde premiaban a ilustres personalidades que han aportado extraordinariamente al desarrollo del país, desde la academia, desde las ciencias y desde la música, es un despropósito que trasluce la herencia de un pasado deleznable que dejó sembrado el odio, el fundamentalismo, el maniqueísmo, la polarización. Así, sin matices, sin dividir las aguas.
Mientras el escritor Juan Valdano hablaba en representación de los premiados y parafraseaba a Eugenio Espejo: "el nivel de civilización de un pueblo se mide por la riqueza de su experiencia intelectual", abajo, en los comentarios de la publicación, los trasnochados empañaban la ceremonia.
Hemos de asumir que el tropel de insultadores, voluntarios ponzoñosos, ignoran que el escritor Juan Valdano fue uno de los primeros ecuatorianos que escudriñó en las entrañas de los indígenas para darnos una radiografía de su realidad; que la botánica Katya Romleroux lleva 35 años estudiando una planta que sirve de reservorio del agua que consumen en toda la Sierra (incluida la ciudad de Quito) y que el maestro Álvaro Manzano no solamente que se graduó cum laude en el Conservatorio Tchaikovsky de Rusia sino que también ha sembrado la semilla del arte en cientos de jóvenes que han pasado por la Orquesta Sinfónica Nacional.
Decía el escritor Ernesto Carrión en un artículo publicado ayer en este diario, que no creía en el canon, en el poder de nadie sobre nadie ni en el control de grupos, sean del género que sean, de la tendencia que sean, de la forma de escribir que sea, del estilo que sea, porque, como señaló Rodrigo Frezan, el canon existe para la gente que no lee. (O)