Los síntomas son evidentes: angustia, irritabilidad, tensión, insomnio, bajón. El estrés es ese estado mental que impide -bloquea- el disfrute del día a día. Y cuando se trata de estrés laboral, todo el círculo profesional se ve afectado. Como sociedad, urge entender la importancia del cuidado de la salud mental.

En mayo pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió el síndrome del trabajador quemado. Aunque no lo clasifica como una patología, sí lo encuadra en un fenómeno ocupacional. Una persona con una gestión negativa de su carga laboral paralelamente se enfrenta a hipertensión, insuficiencia cardíaca, predisposición a diabetes, obesidad, depresión y ansiedad. Por lo tanto, la mente es una cuestión de salud pública.

La OMS señala que los trabajadores estresados suelen ser más enfermizos, desmotivados y menos productivos; además, la entidad donde trabajan tiene perspectivas de éxito peores en un mercado competitivo. Esta realidad incide en la posibilidad de que un país alcance sus objetivos: desarrollo y estabilidad.

Los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) indican que, diariamente, 1.000 personas fallecen por accidentes laborales y otras 6.500 por enfermedades profesionales. Cada año, más de 374 millones de personas sufren accidentes laborales. La pérdida estimada de días de trabajo relacionados con la seguridad y la salud representan alrededor del 4% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial, una cifra que puede aumentar hasta el 6% en algunos países.

Para alcanzar el desarrollo, como país, es necesario contar con una política pública que incida -en términos de salud- en la creación de medidores de estrés en las empresas -públicas y privadas- que permitan evaluar la exposición de los empleados de la misma manera que se hace con agentes físicos, químicos o biológicos susceptibles de causar enfermedades.

Los datos no son alentadores: el estrés crónico asociado al trabajo tiene una incidencia entre los trabajadores de hasta el 40%. (O)