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El Telégrafo

Retos, vacíos y urgencias de la educación superior

18 de octubre de 2015

Esta semana se conmemoró el quinto aniversario de la vigencia de la Ley Orgánica de Educación Superior (LOES). Y hubo un balance bastante positivo en general, a pesar de ciertos silencios en determinados sectores y algunas críticas salidas de tono o de perspectiva de otros. Claro, cuando algo anda bien, muy difícilmente recibe el aplauso del aparato político-mediático conservador que impone la agenda de lo que se debe o no hablar en el país.

Más allá de eso, efectivamente hay una transformación estructural en el campo universitario. Y se trata de un cambio que ha empezado por poner orden, recursos y un modelo para arrancar. No es, por ningún lado, un punto de llegada y pasarán algunos años todavía para cosechar todos los provechos y evidenciar las razones de fondo de este proceso dinámico y complejo.

Sin embargo, este aniversario no puede ser un aplauso sonoro sin eco en otros aspectos que deben valorarse para que esa transformación por un lado se sostenga, pero por otro tenga también otras iniciativas, llenar ciertas falencias y conquistar otras expectativas asentadas en lo que demandan la realidad, las nuevas generaciones y la economía, el pensamiento y la investigación científica.

Por ejemplo, la misma formación de los académicos debe pensarse en una exigencia de calidad y excelencia y no solo en una conducta política, como parecería que reclaman ciertos ‘viejos’ académicos o en que la universidad por considerarse ‘crítica del poder’ se quede en eso y no imagine que al poder hay que dotarle de herramientas y hasta de argumentos para su propia transformación en favor de la sociedad.

Y por qué no pensar en profundizar el desarrollo científico desde lo que se denominan ciencias humanistas, desde el pensamiento filosófico y desde el debate e investigación social.

Ya parecería que es un lugar común apelar a esa afirmación de que todo lo que ha hecho el ser humano empezó por una idea y esta no surge de un tratamiento ‘científico’, sino de una curiosidad o una búsqueda en sus propias dudas, sensibilidades y relaciones con el mundo, la espiritualidad o las ilusiones. Por eso, el desarrollo más intenso de las ciencias humanistas es fundamental para que este cambio en las universidades también adquiera otras expectativas. Y no es que eso va a ocurrir en la Universidad de las Artes, que ya es otro salto cualitativo, sino en todas las universidades donde se cuente con facultades de humanidades de calidad.

Ecuador, siendo un país diverso y pluricultural, con 14 lenguas de igual número de nacionalidades, no cuenta hasta ahora con un instituto de lingüística para abordar esta realidad como parte de una identidad a la que hay que entender y desarrollar.

Por eso es importante contar esta celebración del quinto aniversario para pensar e imaginar en los nuevos retos, llenar los vacíos y en las urgencias que se deben afrontar en la educación superior. Ya se han puesto las bases para que la universidad dé el salto cualitativo, pero ahora corresponde que las autoridades del sector (sobre todo los rectores) miren la necesidad de impulsar un pensamiento complejo para abordar el debate pleno con mejores y mayores argumentos. (O)

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