El consumismo puede distorsionar las tradiciones. La intensa compra de objetos en esta temporada, dicen los más críticos, es solo una consecuencia de los rituales del capitalismo y su simbolismo. Los que menos reprochan el intercambio de regalos en diciembre vinculan a esta costumbre con la religión: Cristo encarnó y entregó –como regalo a la humanidad– su vida.

Cualquier visión es respetable. La verdad es que el acto de regalar un objeto es un ritual de intercambio y reciprocidad de la humanidad que, incluso, ha sido analizado por el antropólogo y sociólogo Marcel Mauss. Su visión se resume en el esquema de dar, recibir y devolver.

Entregar un objeto provoca emociones en el otro, especialmente en los niños. El juguete es el artefacto que ayuda a entretener a un infante, e incluso a aprender y desarrollarse. Sin embargo, un juguete puede tener una acepción extendida hacia los objetos que generan valor en las personas.

En esta edición, EL TELÉGRAFO decidió preguntar a profesionales, deportistas e intelectuales: ¿Cuál es su objeto de trabajo convertido en juguete? El objetivo es averiguar cómo se generan vínculos con los artefactos. En las respuestas encontramos más razones de entretenimiento y utilidad laboral que una reflexión filosófica.

De hecho, indagamos en la historia y en los posibles futuros de los artefactos que nuestros entrevistados identificaron y encontramos que muchos se crearon para contribuir al desarrollo humano. No son juguetes en el sentido formal de la palabra, pero sirven a las personas para expresar parte de su identidad en el contexto social.

Decidimos recorrer varios espectros de la sociedad para encontrar diferencias. Desde el montuvio que ama su machete hasta el niño que sueña con desarrollar robots; o desde el abogado que se desahoga con unos guantes de box hasta un embajador asiático que encuentra en un libro su objeto del deseo.

Esta es una edición distinta publicada en el día en que muchos de ustedes están compartiendo un regalo, que no es más que un objeto. (O)