Publicidad
Miles de ecuatorianos presenciaron el pasado lunes la apertura del último tramo del Complejo Vial de la Unidad Nacional. El viaducto, inaugurado esa noche, está considerado como una de las principales obras civiles en la historia del país porque -a pesar de ser más corto que el puente de Los Caras en Bahía de Caráquez- su funcionalidad es incomparable. A través de los 2,2 kilómetros de extensión circularán, en promedio, setenta mil vehículos diarios.
Nadie puede cuestionar que este Gobierno entra en la historia del país como el que más viaductos ha construido. Son 13 kilómetros de puentes tendidos en Babahoyo, Esmeraldas y la Troncal Amazónica, en tan solo cuatro años. Por eso no es posible justificar las arremetidas de sectores de oposición y, sobre todo, medios de comunicación privados, que llegaron al extremo de medir cuántos metros de baranda le faltaban al puente de la Unidad Nacional antes de su entrega. Pero esta campaña manipuladora de los “líderes de opinión” evidencian que algo está cambiando en el Ecuador. Son cientos de obras viales que hasta el momento se han entregado, e innumerables más que están próximas a inaugurarse. Esta política de conexión eficiente beneficia a la cadena de comercialización de los productos básicos, pero más allá de la rentabilidad que perciben nuestros productores, las obras viales son un incentivo para la unidad de los 14,5 millones de ecuatorianos.
Es, más o menos, como si la aspiración política represada durante décadas se hubiera convertido en un hecho necesario para fortalecer los pilares del Buen Vivir, encargados de apuntalar la diversidad mientras se construye una identidad que solamente es posible con el conocimiento del otro. Esta inconmensurable tarea, iniciada por Eloy Alfaro con la construcción del ferrocarril, fue resumida por el escritor Luis A. Martínez en su novela “A la costa”, en el grito de los “brequeros” que señalaban la ruta de la unidad nacional.
Tender puentes -tanto de concreto como de diálogo democrático- es la meta de este Gobierno.