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La contrucción de personajes, víctimas e ídolos no es una ciencia fácil, y menos una tarea de pocos. A diferencia de los liderazgos y de las personalidades históricas, que se erigen sobre la base de la legitimidad y reconocimiento, los llamados ídolos de barro son tradicionalmente esas creaciones mediáticas o publicitarias para sustentar una idea, un proyecto o un producto.
Ante la ausencia de líderes, personalidades y figuras políticas, la oposición y ciertos medios de comunicación se han dedicado en los últimos meses a edificar víctimas para sustentar la existencia de un supuesto escenario represivo e intolerante en el Ecuador. ¿Cómo puede haber totalitarismo sin persecución? Y como no la hay, toca inventarse las víctimas.
Lo que no se discute ni se explica es que una persona que comete un delito se somete a la ley y al juzgamiento de su conducta. No hacerlo es impunidad y carta blanca para nuevos delitos y más delincuentes. Y esa persona no es una víctima. Todo lo contrario.
Tampoco se explica que quien comete un delito y lo hace contra otra persona es el victimario. En la disputa política, por la carencia de argumentos y la ausencia de honestidad, es más fácil convertir a la víctima en victimario. Aunque suene a un juego de palabras, los ideólogos de la trama saben que repitiendo mil veces una mentira introducen una supuesta verdad para luego sostener un discurso político por excelencia, por más que se escuden en la defensa de ciertas libertades.
Ya ha pasado en otros países y sociedades: la construcción de ídolos y víctimas de barro dura lo que la realidad revela y la conciencia de la gente procesa. A pesar de los titulares, editoriales y hasta “sesudos” análisis de “personalidades” del pensamiento y la academia, no se puede mentir.
A quien ahora se lo erige como la primera supuesta víctima de la Revolución Ciudadana le corresponde asumir primero las responsabilidades públicas y legales, además de dejar de seguir escribiendo editoriales injuriosos en la web.