Francisco no deja de sorprender. Cada uno de sus actos (como toda autoridad eclesiástica y política) contiene una carga simbólica muy especial y con sentidos que se leen de diversos modos. Por eso, hasta ahora hay diversas explicaciones del porqué inicia su primera gira oficial en América por Ecuador, luego de lo cual irá a Bolivia y posteriormente a Paraguay. Quizá solo cuando venga por acá podamos cerrar el círculo de interpretaciones.
De todos modos, la mayor autoridad de la Iglesia Católica ha escogido a los tres países que en cierto momento fueron considerados los más pobres de América del Sur. Los tres que también tienen un alto componente católico en sus habitantes, tradiciones y cultura, además de un elevado porcentaje de población indígena. Y al mismo tiempo en estas tres naciones se conoce perfectamente el rol de la iglesia en el desarrollo político de sus democracias. No hay proceso y/o etapa histórica donde no se haya hecho presente la voz y la influencia del catolicismo.
Pero además en estos tres países esa misma Iglesia Católica ha tenido fuertes disputas internas, entre corrientes de pensamiento donde se han expresado postulados a favor de la liberación de los pueblos, desde la fe y el espíritu revolucionario de Jesucristo, y corrientes ultraconservadoras, apegadas y al servicio de las élites económicas y políticas. En concreto, en el caso ecuatoriano, la visita del Papa Francisco, tras haber sido invitado hace un año por el presidente Rafael Correa, constituye una presencia necesaria y oportuna para los fieles católicos. Toda comunidad religiosa recibe esta clase de visitas como un acto significativo para consolidar sus tradiciones, acentuar su fe y renovar sus propósitos. Y además llega en un momento político particular porque el Ecuador de ahora no es el de hace 30 años, cuando vino Juan Pablo II.
Muchas cosas han cambiado: hay institucionalidad jurídica y estatal, los índices económicos han mejorado ostensiblemente, hay muchísimos menos pobres, las desigualdades se han reducido considerablemente, tenemos una imagen exterior renovada, y nos hemos ganado el respeto de la comunidad internacional. Más allá de lo que digan algunas voces críticas, también es cierto que Francisco llega a un país distinto del que la misma Iglesia esperaría. Y quizá por eso mismo escogió a Ecuador, porque si él no deja de sorprender al mundo, con su visita a nuestro país lanza un mensaje de reconocimiento a lo que vive su comunidad católica, propendiendo a la unidad de esa misma comunidad en un sentido ecuménico y favoreciendo la verdadera unidad nacional.
Quizá sea el momento oportuno para que la comunidad católica reciba ese mensaje papal de comunión y vida plena en vista de los afanes desestabilizadores de sectores que disputan el poder político desde aventuras y nefastos cálculos para cosechar a río revuelto. Ojalá Francisco llegue para dejar una huella que profundice la democracia que construimos colectivamente todos los ecuatorianos, católicos o no católicos, creyentes o no creyentes. (O)
