La obra pública de un buen gobierno local o nacional no se agota únicamente en la monumentalidad y el costo; la ciudadanía suele medirla por la funcionalidad y capacidad para resistir el uso permanente. Los modelos excluyentes de ciudad, como es el caso de Guayaquil, tocan solamente la parte visual que, para los sectores más vulnerables, constituye una suerte de cruzada civilizatoria que pretende congelar una conciencia social llena de frustraciones o para mirar desde lejos el boato y la frivolidad, tal cual ocurre con las mansiones oligárquicas.
Entonces los parques se vuelven espacios infames, en los que las muestras de afecto más simples y emotivas están prohibidas, y la discriminación a la pobreza y las preferencias sexuales quedan en manos de garroteros uniformados.
Para quienes tuvimos la suerte de viajar a la provincia de Santa Elena durante este feriado, una vía en excelentes condiciones, muy bien señalizada y bajo el control de la Comisión Nacional de Tránsito y la Policía Nacional, invita a que todos los sectores se tomen un período de descanso, sabiendo que tanto la ida como el retorno estarán garantizados.
El peaje gratuito -para evitar las extensas columnas durante los feriados- nos trajo el recuerdo de no hace mucho tiempo cuando esta importante carretera construida con el dinero de los ecuatorianos había sido entregada por el Prefecto socialcristiano a empresas concesionarias que se preparaban a imponer valores estimados entre los tres y cuatro dólares en dos tramos, cuando usualmente se pagaba -y seguimos haciéndolo- veinticinco centavos.
La negativa del Gobierno de la Revolución Ciudadana para que se consagre el atraco desató amenazas y advertencias sobre la inminente destrucción de la arteria en unos cuantos meses.Pero han pasado cuatro años y el mantenimiento proporcionado por el Ministerio de Transporte y Obras Públicas la conserva mejor que nunca, para que el buen vivir en este país sea una realidad y no una quimera. Como decían nuestros abuelos: “Obras son amores y no buenas razones”.