Los socialcristianos se acostumbraron a decir que las organizaciones de defensa de los derechos humanos no velaban por los policías.

Lo dijeron más de una vez para denigrar el trabajo de esas organizaciones. Y ahora que en las manifestaciones de la derecha capitalina no se lanza una sola bomba lacrimógena ni hay presos por montones (como sí ocurrió el 9 y 10 de enero de 1985, en vísperas de la visita de Juan Pablo II), y por el contrario hay tantos policías heridos, ni los socialcristianos ni esas entidades de derechos humanos, mucho menos los dirigentes de izquierda, han salido a frenar la violencia y la agresión.

Ya indigna cómo actúan quienes se enorgullecen de reclamar tolerancia y respeto, de que el lenguaje sea cortés y amable. Pero más indigna que ninguna de las personas que promueven las manifestaciones pare esa violencia injustificada. ¿Por qué y para qué quieren entrar a la Plaza Grande? ¿Para hacer una farra o entregar rosas blancas a Rafael Correa? (O)