En este siglo, muchos ven y sienten a la Navidad como una combinación de religión, leyendas, gastronomía y costumbres. Si bien es cierto que la pobreza es un problema global y no afecta sólo a los países más pobres sino también a algunos sectores de la población en países ricos, no se puede mirar hacia un lado e ignorar la realidad de millones de nuestros compatriotas y extranjeros en movilidad.
Me acerco a las últimas décadas de mi vida y siento, a veces, que mi país y nuestra especie también se acercan al final de los tiempos. La impotencia al no poder arrancar el dolor de mi patria, si no habría aprendido a encontrar la luz, me habría dejado en añicos. Pase lo que pase en el mundo, en Ecuador y en nuestra vida profesional, familiar y personal, se puede encontrar la luz.
Hay que buscarla, sobre todo en esta época del año. Ver salir la luna y surcar el cielo, sentir que los pájaros siempre están cerca y que su trinar son las campanas de un templo, me recuerdan que debo estar agradecida.
Hay otros tipos de luz cuando recurrimos a los amigos y familiares. También es el dar gracias en los momentos en los que voy más despacio y estoy presente. Sean cuales sean nuestros rituales, nos permiten resistir en la oscuridad hasta que vuelve la luz. Los ecuatorianos sabemos de esa experiencia.
Además, siempre nos queda la luz del recuerdo. De esos rostros de padres, hijos, abuelos, hermanos y amigos mientras nos tomaban de la mano o hacían alguna caricia. Hay felicidad y calma. Siento la luz en mi piel cuando recuerdo a mis padres camino a sus trabajos.
En lo más profundo de nuestro ser están los recuerdos de todas las personas a las que hemos amado. Un primer enamorado, un maestro favorito, la mejor amiga de la escuela o un tío afectuoso. Y cuando pienso en mi entorno, me invade una luz que me recuerda que he tenido personas tan buenas y que ahora siguen conmigo y vuelven para ayudarme en los momentos difíciles.
Estoy consciente que cada día, en todo el mundo, la mayoría de las personas quieren paz. Dicen no a las guerras y anhelan un lugar seguro para sus familias, quieren ser buenos y hacer el bien. El mundo está lleno de gente servicial. Solo la gran oscuridad de este momento puede dificultar verlas.
Podemos hacer saber a los demás que estamos presentes para ellos, que somos empáticos y que intentaremos comprenderlos. No podemos detener toda la destrucción, pero sí podemos encender velas unos para otros, como hacen muchas organizaciones sociales para hacer visible la situación de las personas más desfavorecidas, para que también ellas puedan disfrutar de la Navidad.
Sería dable conocer si estas ayudas funcionan en nuestro país porque hiere y quiebra el espíritu al constatar que el nacimiento de Jesús - que es alegría- porque es la fiesta de la fe que se hace vida, un alto porcentaje de ecuatorianos no puede acariciar y celebrar el amor que comparte entre familia, amigos. Dedicar tiempo para amar, podría ser el mejor obsequio.
En nuestro país, en estas fiestas -decenas de connacionales y extranjeros, con manos extendidas, buscan unas cuantas monedas, dulces o ropa para abrigar el alma de los suyos. Los millares de luces en las calles, en los comercios y la apabullante publicidad, no deben opacar nuestra luz interior, que debe ser signo vivo de Cristo.
El significado de esta festividad, responde a manifestación de ciertos valores como el amor, solidaridad, unión, paz y esperanza. No es dable que los sentimientos se pierdan entre el comercio, movimiento, bullicio, estrés y en crear en el imaginario la Navidad “perfecta”. Urge recuperar esa emoción de los años de infancia, cuando el nacimiento de un bebé, no se diga el de Jesús “empapaba” alma y espíritu.
Vivir la Navidad significa el “volcarse” unos a otros en atención particular a los más pequeños, ancianos, enfermos y a los desposeídos. Es un tiempo para renovar la fe en Dios, amar a los demás, y poner en alto el amor y paz. La Navidad, lejos de ser un deseo no puede convertirse en obligación impuesta desde distintos frentes.
Por muy sombríos que sean los días, debemos encontrar luz en nuestros propios corazones y podemos ser luz de los demás. Irradiar luz a todos con quienes nos encontramos, debe ser nuestro compromiso.