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El Telégrafo

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Nada mejor que un gremialismo revolucionario

20 de julio de 2014

Las marchas y ‘protestas’ de los sindicatos y algunos gremios por las aparentes dificultades que les crearían algunas leyes y códigos en discusión y/o en aprobación ponen a reflexionar si esos sectores están actuando para transformar su realidad, constituir nuevos escenarios sociales o solamente para garantizar sus antiguos derechos y ciertos privilegios.

Sus dirigentes dirán que no, porque en las entrevistas y alocuciones señalan que se restringen derechos y se conculcan libertades ganadas en luchas pasadas. Pero precisamente ahí nace la duda: ¿Son esas conquistas una garantía eterna para unas condiciones y circunstancias inamovibles y correspondientes a otras épocas y realidades? ¿Lo que hicieron gobiernos neoliberales (socialcristianos, demócrata-cristianos y socialdemócratas) no se ha corregido del todo? ¿No hubo en esa misma época banderas y plataformas de lucha donde también se habló de privilegios para gremios y sindicatos públicos que se conquistaban bajo acuerdos muy puntuales en perjuicio del erario público y de los sectores no organizados?

El tema es complejo. Y por ello requiere de una bien argumentada reflexión a la hora de plantear salidas y soluciones de fondo a los problemas de los trabajadores. Por ejemplo, ¿hasta dónde el nuevo Código del Trabajo efectivamente conculca derechos?¿No será más bien que armoniza la realidad de una situación nueva, donde hay otras normativas -pero sobre todo la Constitución- que ya garantizan los derechos fundamentales de los trabajadores?

En realidad, lo que falta discutir es si ese gremialismo quiere revolucionar su propia realidad. Y eso ya es otro cantar.

No podemos esperar que el desarrollo de la tecnología, la industria, el comercio, los servicios y ese conjunto de actividades que comprometen el trabajo y la mano de obra esté en las mismas condiciones y exigencias de cuando regían normas y códigos pensados, creados y aplicados desde el siglo pasado. Al contrario, lo de fondo es que la realidad demanda soluciones y garantías para el conjunto de complejidades que ahora tienen los trabajadores. Ese gremialismo no puede ni debe defender privilegios, sí los derechos fundamentales. Pero ante todo debe proyectar una sociedad de trabajadores en mejores condiciones para las nuevas realidades.

Por lo mismo, el debate no puede supeditarse a la oposición a un código que ni siquiera está escrito como proyecto para el debate legal y legislativo. Entonces nace la otra necesidad: ese gremialismo debe desconectarse de las viejas prácticas reivindicatorias para generar acción política sin resultados concretos.

Por eso quizá hacen falta tareas políticas de primera línea para fomentar verdaderas transformaciones sociales a favor de los trabajadores, pero no exclusivamente en sus sectores sino como un proceso social.

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