Lo ocurrido en París y en Yemen ha dejado al mundo conmocionado el miércoles pasado. Y las secuelas se extenderán por varios días porque ayer también hubo otros crímenes relacionados. Hemos llegado a una situación crítica. Nada justifica los asesinatos, por más diferencias de creencias que existan sobre temas sensibles. Por supuesto, tampoco es fácil señalar una salida a un asunto de hondas raíces históricas.
La religiosidad es, quizá, la marca más fuerte de la humanidad y la fuente de algunos conflictos históricos. Y, por lo mismo, es algo que requiere tratarse con suma delicadeza, ya que tampoco la venganza desaforada por los crímenes perpetrados va a solucionar el problema de fondo.
Las víctimas de ahora (periodistas y caricaturistas, en París, y al menos 37 personas en el centro de Saná, en Yemen) dejan una huella en la conciencia humana para resolver las disputas y las diferencias mediante el diálogo y la conciliación. El mundo está horrorizado y es menester abogar por la paz y la vida.