El trabajo de la Policía Nacional, en el combate contra la delincuencia en el país, es intenso y sacrificado. Sin embargo, los resultados son inversamente proporcionales al surgimiento continuo de nuevos focos, en los que la captura de presuntos delincuentes y desarticulación de peligrosas organizaciones se revierten en contra de la ciudadanía y de la misma institución.

¿Será cierto lo que dicen los abogados que se encargan de la defensa de estos personajes: “Hoy entras y mañana sales”? Y si no fuera así, ¿cómo podríamos entender que desde enero del presente año -a la fecha- ciento cuarenta y ocho  bandas fueron desarticuladas, según el jefe de la Policía Judicial?

Que el sistema de justicia está podrido por dentro y por fuera es una verdad de Perogrullo, y el tema, luego de ser consultado a nosotros los mandantes el 7 de mayo pasado, se encuentra en terapia intensiva bajo el cuidado del Consejo Tripartito de la Judicatura.

La lenidad de los jueces, la complicidad de los guías penitenciarios para facilitar el ingreso de armas y equipos de comunicación a los jefes de las células que dirigen desde el interior de las cárceles a sus secuaces, y la soberbia de quienes tenemos la facilidad de adquirir bienes suntuarios y exhibirlos sin pudor, en un ejercicio de vanidad ante quienes soportan el bombardeo publicitario de una nueva manera de lucir bien sin tener los recursos para conseguirlo, son algunos de los ingredientes que esta insólita manera de convivir nos permite preguntar una y otra vez: ¿cómo podemos  salir de una fatal relación? ¿Este modo de vida, que se alimenta de la naturaleza de otros y de sus pertenencias, es la única vía de escape a la indiferencia de quienes tenemos la obligación de repartir equitativamente la riqueza?

¿Está faltando algo que se nos ha escapado a la hora de repensar sobre el problema y sus posibles soluciones? Por el momento, no existen más respuestas que las que nos dan las cifras de un combate desigual contra el delito.