Los hombres también son objeto de violencias, y de unas que los han marcado para reproducirlas: machismo, sexualidad magnificada y todos los roles sociales como el patrón de una familia patriarcal.
Que difícil es desprenderlos de esas taras a la hora de exigirles ternura y papeles menos “viriles”. Sobre todo cuando llega el tiempo de festejar a los padres se destacan aún simbologías y ritos para reafirmar esas formas ocultas de violencia.
En un día como hoy todavía se conmemora la paternidad dándole el status de “rey” con el servicio incondicional de sus esclavas.
Y a pesar de ello los nuevos padres, aquellos que han crecido más cerca de cambios y renovación de sus roles y masculinidades, generan indicios de que existen otras formas paternales y masculinas en la función de padres.
Eso pasa, necesariamente, porque esa familia patriarcal debe desmoronarse para construir otra que sea más equitativa, menos vertical y mucho más cargada de las ternuras humanas que son las que unen profundamente a la familia.
El Día del Padre es la ocasión oportuna para revisar íntimamente los papeles que cada uno cumple en las nuevas demandas laborales, domésticas y culturales de esta sociedad del siglo XXI. Y para ello hace falta que la propia familia asuma esa reflexión desde lo que cada uno experimenta en sus tareas.
Y para celebrar no hace falta dinero, elevado comercialismo y una conducta frívola.
El mejor homenaje es armonizar esas responsabilidades sociales - con toda la complejidad que ello implica- con los sentimientos particulares, de modo que la nueva estructura sea un núcleo social más conectado con la filosofía del Buen Vivir: que la vida ante todo sea un escenario de convivencia y no de consumo mercantil.
Que la celebración de hoy nos obligue también a pensar en la reducción de la violencia intrafamiliar, uno de los males que agobian a nuestro país.