Aquellos que pensaban en la revocatoria del mandato presidencial ya se olvidaron de esa “oportunidad política” que  brinda la Constitución.

Quizá lo hicieron porque la “terca realidad” les ha devuelto a su real condición: antidemócratas que actúan de espaldas al pueblo y solo piensan en sus intereses y los de quienes los financian.

Y como eso no les funcionó ahora enfilan sus baterías pensando ya en las candidaturas presidenciales. ¿Con qué discurso van a llegar? ¿Reconocerán que su actitud democrática dejó mucho que desear, pues no contribuyeron en nada en el fortalecimiento institucional y político del país? La historia los ubicará.

Pero al mismo tiempo aparecen precandidaturas que son producto de la distancia, oposición y hasta resentimiento con el actual régimen. En las que ya suenan hay algo en común: no hay una propuesta de gobierno, y menos una “ilusión movilizadora” para que los ecuatorianos soñemos en profundizar el proceso de transformación iniciado hace ya casi cuatro años.

El discurso de esas precandidaturas solo habla de un estilo, un carácter y hasta un modo de ser del actual mandatario. En ningún discurso se revela el reconocimiento de lo que hemos avanzado como nación en el terreno de los derechos, de la institucionalidad, de la obra pública, de la atención social y del crecimiento económico.

Por lo mismo, si ya están dispuestos a disputar la Presidencia, los ecuatorianos nos merecemos una explicación de los verdaderos motivos que los llevan a optar por el poder político, con qué propuestas van a debatir y si ello implica profundizar en lo avanzado o es un simple retorno al pasado.

Incluso, aquellos que creen que hay que cambiarlo todo, saben que la Constitución establece las condiciones para una nueva constituyente y para las reformas que sean necesarias. Y solo con ella y en ella podremos revelar nuestra madurez política.